Cada vez que sonaba la campanilla de la puerta de la Casa de Maternidad de Barcelona, una monja que estaba de guardia se acercaba a la puerta y giraba el torno. Sabía lo que anunciaba el tintineo: la llegada de un recién nacido más al que dar cobijo.

La Casa de Maternidad, a cargo de las Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paúl, fue una institución extraordinariamente activa desde mitad del siglo XIX hasta finales de los 70 del siglo XX. Estaba ubicada inicialmente en el número 17 de la calle de Ramelleres, donde aún hoy se puede ver el hueco cavado en el muro donde se depositaba a los niños pequeños abandonados.

Con el tiempo, la insalubridad en aquel edificio y el número de asilados crecieron de un modo insostenible, y a finales del siglo XIX se empezó a construir una nueva maternidad en los terrenos del Mas Cavaller, una masía alejada del centro de la ciudad que había comprado la diputación en el barrio de Les Corts, que en esa época se anexionó a Barcelona tras haber existido como municipio independiente.

Aunque no era una institución franquista, durante el franquismo fue esencial su uso para ocultar partos indeseados y de sus frutos. En la década de los sesenta se produjeron 3 400 partos en el llamado pabellón Rosa, que estaba destinado a madres solteras. Las casadas residían en el llamado pabellón Azul.

 

Las descripciones de las madres: “anormal” o “muy tonta”

 

Al ingresar, las madres gestantes eran interrogadas y las religiosas cumplimentaban unas fichas con sus datos sociodemográficos. En los márgenes de estos documentos las hermanas anotaban lo que podríamos llamar “descripciones” o impresiones sobre las mujeres que ingresaban. Así, podemos leer expresiones claramente despectivas o discriminatorias como “anormal”, “muy tonta”, “negra” o “retrasada mental”.

En el momento del ingreso, las monjas insistían a las futuras madres para que renunciaran a sus hijos, a lo cual muchas veces consentían por estar en una situación precaria y sin apoyo social (la mayoría provenían de ciudades del resto de España, estaban solas en la ciudad y se dedicaban al servicio doméstico).

Las madres que se resistían a renunciar a su bebé eran obligadas a trabajar durante dos o tres meses en la institución en duras tareas domésticas mientras amamantaban a la criatura. Pasado este tiempo, si optaban por marcharse solas pero aun así no renunciaban a su pequeño, se les prohibía volver a verlo hasta que cumpliera un año. Dicha medida fue calificada como “cruel” en una nota interna escrita por el doctor Santiago Dexeus Font, director de la sección de Maternología.

En todo caso, era una estrategia que podía llegar a resultar útil para romper el vínculo maternofilial si tenemos en cuenta que hablamos de mujeres de escaso nivel cultural que a menudo se veían obligadas a buscar trabajo en el extranjero. Así lo menciona una joven madre en una carta a la institución antes de viajar a Alemania para conseguir un empleo:

“(…) me dicen que no lo abandone pero con que no lo dejan ber (sic) pues ustedes mismos lo acen (sic) aborrecer (…)”.

En este caso, la madre, que inicialmente afirmaba no querer renunciar a su hijo, lo acabó haciendo y el niño fue adoptado cuando tenía unos cinco años.

Aunque no se han encontrado evidencias del llamado “robo de bebés”, sí es cierto que se producen algunas situaciones administrativas irregulares como la falta de expedientes de adopción, con lo que no puede conocerse el proceso, aunque sí está disponible la escritura notarial de la propia adopción. En otros casos (solamente 22 en la década estudiada) no hay constancia de cuál ha sido el destino de la criatura.

 

El camino de los niños que no fueron adoptados

 

Junto a la estigmatización e instrumentalización de las madres, los niños que no fueron adoptados ni recuperados por su familia continuaron en la institución, bajo un régimen que algunos de los entrevistados califican de miedo constante. Raramente refieren abusos sexuales, pero sí describen golpes con instrumentos contundentes como escobas, palos y zapatillas, una comida muy escasa y humillaciones, unidas a los castigos físicos, para los que sufrían de enuresis nocturna –micción involuntaria durante el sueño–.

Existió la misma situación, sumada en este caso a los abusos sexuales, en los Hogares Mundet, otra institución también dependiente de la diputación y regida por las Hermanas de la Caridad y los Hermanos Salesianos, donde los internos eran trasladados cuando tenían aproximadamente siete años.

Todo ello se ha traducido, en la edad adulta, en la necesidad de tratamiento psicológico, diagnóstico de esquizofrenia en algunos casos, ideaciones suicidas, dificultades para mantener una relación de pareja estable y otros efectos que la investigación previa describe como propios de la victimización institucional y que se incrementan con el tiempo de internamiento.

En el contexto de este tipo de instituciones, los niños sufrían aislamiento, miedo y abandono. La autora establece estos tres factores como característicos de lo que llama “victimización institucional infantil histórica”. Sin embargo, el adjetivo “histórica” es más descriptivo de atributos circunstanciales que del propio contenido de la victimización y tiene el riesgo añadido de acabar restringiendo la categoría de víctimas solamente a las que vivieron su experiencia en un pasado más o menos lejano.

Por ello propongo el concepto de “victimización total infantil”, que describe mejor la situación en que la víctima está sometida a un régimen de abusos permanente en un entorno del que no puede escapar, con independencia del marco temporal en que se hayan producido los hechos.

El franquismo no fue, como tal, el origen de tal situación, ya que como hemos visto la maternidad existía desde mucho antes, pero sí que la agravó al aportar una carga de prejuicios y exigencias morales sobre las mujeres que crearon un escenario en muchos casos insostenible para esas víctimas especialmente vulnerables y que, asimismo, trasladó el estigma a sus hijos e hijas.

 

Otros abusos más allá del sexual

 

La voluntad de control exhaustivo sobre los cuerpos y las almas aseguró la pervivencia del régimen a través de la creación del llamado Homo patiens: el ciudadano que ha visto anulada su capacidad contestataria. En este contexto, muchas situaciones en principio no deseadas son consentidas o toleradas por la sociedad

La voluntad de control exhaustivo sobre los cuerpos y las almas aseguró la pervivencia del régimen a través de la creación del llamado Homo patiens: el ciudadano que ha visto anulada su capacidad contestataria. En este contexto, muchas situaciones en principio no deseadas son consentidas o toleradas por la sociedad.

Con el tiempo, la respuesta social a las víctimas de abuso institucional infantil se ha centrado especialmente en el abuso sexual, olvidando otras experiencias igualmente traumáticas como las que conlleva la victimización total.

La creación de programas de reparación no solamente debe prever la participación de todas las instituciones y todas las víctimas involucradas, sino también el diseño de respuestas adecuadas a todas las necesidades.

En mi tesis doctoral he estudiado la victimización de los niños y niñas y las madres que residían en la Maternidad de Les Corts de Barcelona entre 1960 y 1970. El estudio, consistente en el análisis cuantitativo de más de 5 000 casos y 23 entrevistas en profundidad a protagonistas de la época, constituye una fuente de información hasta el momento inédita, así como de claves para entender el pasado y actuar sobre el presente.

La sociedad actual puede enorgullecerse de sus avances tecnológicos y de que, en algunos aspectos, mantiene una voluntad de contribuir al bienestar físico y psicológico de los ciudadanos y ciudadanas. Ello no nos exime de cometer errores y de ignorar aspectos del pasado con una clara proyección en el presente que deben ser visibilizados para poder entenderlos y, en su caso, gestionarlos.