Vacunar al planeta contra la COVID-19 supone un reto logístico sin precedentes como jamás ha habido otro. Lo más parecido sería movilizarse para una guerra mundial, pero en este caso el enemigo es invisible y está en todas partes.
Algunas vacunas requieren ser almacenadas a temperaturas muy bajas en prácticamente todos los momentos de su viaje hasta que son inoculadas en la parte superior del brazo de la persona. Y las vacunas se están produciendo fundamentalmente en los países ricos, a pesar de que las mayores necesidades (y especialmente ahora) se dan en los pobres.
Mientras que algunos países ricos han conseguido vacunar a la mayor parte de sus ciudadanos, algo menos de la mitad de la población mundial aún está pendiente de la primera dosis.
He estudiado las cadenas de suministros globales durante más de dos décadas, incluidas las que afectan a medicamentos y a otros productos sanitarios. Para ilustrar este proceso y mostrar hasta qué punto es complejo y supone un gran reto reproduciré el viaje que realiza una dosis de Pfizer (que recibió la aprobación plena por parte Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos el 23 de agosto de 2021) desde la fábrica de Missouri donde se produce hasta el brazo de la persona a la que se le inocula en Bangladesh.
De Missouri a Massachusetts y a Michigan
A pesar de que habitualmente se la conoce como la vacuna de Pfizer, en realidad se desarrolló en asociación con BioNTech, una empresa con sede en Alemania.
Se trata de una de las dos vacunas que han usado la nueva tecnología de ARN mensajero, que aporta instrucciones genéticas que hacen que se codifique una determinada proteína viral. Una vez que las células de la persona vacunada empiezan a producir la proteína del virus, su sistema inmune empieza a generar masivamente poderosos anticuerpos que pueden neutralizar al virus en caso de que alguna vez se tengan que enfrentar a él.
El periplo de la distribución de una dosis de la vacuna, que dura 60 días, se origina a partir de los materiales en bruto en una fábrica de Pfizer situada en la localidad de Chesterfield, en Missouri, cerca de St. Louis. En esta fábrica se produce una materia prima esencial denominada plásmido, que básicamente se compone de trazas de ADN que cuentan con instrucciones genéticas para construir proteínas de coronavirus.
Las botellas con el material genético se congelan, se empaquetan en recipientes sellados y se introducen en contenedores para ser transportadas en barco hasta Andover, en Massachusetts. Allí se procesa hasta convertirla en ARN mensajero, que es el ingrediente activo de la vacuna (también conocido como “sustancia farmacológica”).
Posteriormente el ARN mensajero se empaqueta en bolsas de plástico (cada una de las cuales cuenta con material suficiente como para producir diez millones de dosis), se congelan y son enviadas en barco hasta Kalamazoo, en Michigan, donde la vacuna afronta la última fase de su elaboración: formulación y llenado.
En primer lugar, se combina la sustancia farmacológica con nanopartículas de lípidos (que básicamente son grasa) para proteger el ARN mensajero y facilitarle la entrada en las células humanas. Después esta mezcla se introduce en viales de cristal, seis dosis por vial, que se empaquetan y se congelan para su distribución.
Acabo de describir el proceso simplificado en solo tres pasos. Sin embargo, elaborar una vacuna es mucho más complejo, ya que requiere de más de 200 materiales diferentes que han de ser aportados por fábricas dispersas por todo el mundo.
Mantenimiento de los viales a temperaturas extremadamente bajas
Mientras aguardan a ser distribuidos, los viales de las vacunas de Pfizer deben almacenarse en ultracongeladores a temperaturas que oscilan entre los 60 y los 80 grados bajo cero.
Para ponerlo en perspectiva, la temperatura media anual en el Polo Sur ronda los 50 grados bajo cero, mientras que los helados y filetes congelados, durante su almacenamiento y transporte, se mantienen a unos 29 grados bajo cero.
Pfizer diseñó sus propias cajas refrigeradas para facilitar el transporte de sus vacunas por Estados Unidos y por el mundo. Los viales se depositan en bandejas, 195 en cada una, y cada caja puede contener cinco bandejas. Cada caja contiene por tanto 5 850 dosis, y posee además un localizador GPS y un monitor que indica la temperatura.
Las cajas de Pfizer no requieren de más equipo especializado para transportar las vacunas, y para mantener la temperatura ultracongelada en las cajas durante el transporte basta con usar hielo seco, que ha de reemplazarse cada cinco días.
El problema del hielo seco es que se trata de dióxido de carbono en forma sólida. El hielo se va convirtiendo poco a poco en gas, lo que puede ser peligroso si no existe una ventilación adecuada.
Una vez que el cargamento está listo para su envío a un determinado destino, Pfizer se pone en contacto con una de las empresas de transporte global con las que tiene acuerdo de colaboración, como DHL o UPS, que recogen un número determinado de cajas y en uno o dos días las lleva por vía marítima directamente al país indicado.
La última milla del vial
Para que un país pueda recibir vacunas de Pfizer debe contar con capacidad para almacenar material médico a temperaturas extremadamente bajas.
Y mientras que esto no supone un problema en los países ricos, sí lo es en los pobres, donde hay menos infraestructuras de este tipo.
Cuando la carga llega al país de destino ha de mantenerse a temperaturas bajas, la mayoría de las veces en un aeropuerto o en una infraestructura de almacenamiento, hasta que llega el momento de usarla. Las vacunas deben guardarse a temperaturas ultracongeladas hasta al menos un mes antes de ser inoculada en el hombro de una persona.
En países pobres que cuentan con la infraestructura necesaria, como Bangladesh, la distribución se limita aún así a un selecto puñado de hospitales situados en grandes áreas urbanas en las que existen instalaciones de ultracongelación. Por ejemplo, Bangladesh distribuye la vacuna de Pfizer solo en siete hospitales de su capital, Dhaka.
El viaje congelado de la vacuna de Pfizer es solo una parte del proceso que termina cuando la persona recibe su pinchazo. Existen una serie de suministros secundarios para la vacunación que incluyen jeringuillas especiales capaces de administrar dosis de 0,3 mililitros, agujas, parches de alcohol estéril y equipos de protección personal para los sanitarios que administran la dosis.
Preparar la inyección de Pfizer es un proceso complejo. En primer lugar, el personal de enfermería debe licuar las vacunas en un refrigerador a una temperatura que oscile entre los dos y los ocho grados, donde puede llegar a estar hasta 31 días. Justo antes de la vacunación, se ha de poner el vial a temperatura ambiente (es decir, entre dos y 25 grados), una temperatura a la que la vacuna puede conservarse como máximo seis horas.
Dado que la vacuna de Pfizer se transporta en barco como concentrado, el personal de enfermería debe diluirla en 1,8 milímetros de una solución salina, de donde obtiene una mezcla que se traduce en seis dosis.
El hecho de que en muchos países de ingresos bajos y medios se utilicen jeringuillas de un solo uso que capturan una cantidad fija de dosis supone una complicación adicional. En condiciones normales esto evita errores. UNICEF es la encargada de entregar equipamientos médicos adicionales a los países pobres; unos países que están obteniendo sus dosis a través de COVAX, la iniciativa global creada para distribuir las vacunas contra el COVID-19 en Estados de ingresos medios y bajos.
Un logro inmenso
Hay otras vacunas que exigen una cadena de frío mucho menos exigente, que no necesitan diluirse y que aceptan jeringuillas con tamaños de dosis estándar, lo que permite que puedan ser usadas en más países, e incluso en áreas rurales.
La mayoría de las vacunas aprobadas por la Organización Mundial de la Salud, como las de AstraZeneca o Johnson & Johnson, toleran un almacenamiento a baja temperatura convencional, de entre dos y ocho grados.
Me he centrado en Pfizer en buena medida porque la mayor parte de las dosis donadas por Estados Unidos al COVAX han sido producidas por esta empresa.
Hasta el 6 de diciembre de 2021 se habían administrado 8 000 millones de dosis de vacuna contra la COVID-19 en todo el mundo, un hito inimaginable en otoño de 2020. Pero la cobertura mundial está siendo enormemente desigual. Mientras que en los países de ingresos altos gran parte de la población ya ha sido vacunada, solo el 6,3 % de la población de los países pobres ha recibido sus dosis. Y la mayoría de estos países se encuentran en África.
El desarrollo de numerosas vacunas (diez de las cuales ya han recibido el visto bueno de la OMS, muchas hace ya más de un año) ha sido un logro colosal tanto de la ciencia como de la colaboración global, sobre todo porque en ocasiones anteriores acciones así se demoraron de media una década.
Pero crear cadenas de suministros que hagan posible la entrega de estas vacunas que salvan vidas a personas dispersas por todos los rincones del mundo supondrá un logro igual de colosal.