Lo que ocurre durante la infancia puede tener consecuencias para toda la vida. Muchas veces el nivel educativo, el tipo de trabajo y el estado de salud en la edad adulta están relacionados con la niñez o incluso con la etapa prenatal. Así, las desigualdades en salud y nivel socioeconómico se originan muy temprano en la vida, incluso estando aún en el vientre materno.
Marcados desde la niñez
La infancia y la etapa prenatal son periodos sensibles e incluso críticos. Algunas habilidades o rasgos se adquieren más fácilmente en ciertas etapas de la niñez que en otras. Por lo general, si se aprende un segundo idioma antes de los 12 años se hablará sin acento.
No todas las habilidades son maleables hasta la misma edad. Las puntuaciones de coeficiente intelectual (CI) se estabilizan alrededor de los 10 años, lo que sugiere un periodo sensible para su formación por debajo de esa edad. En cambio, las intervenciones en adolescentes (después de los 10 años) sí pueden afectar a las habilidades no cognitivas.
Estas evidencias ofrecen la oportunidad de diseñar ayudas públicas destinadas a mejorar los resultados y reducir las desigualdades en la edad adulta de los y las niñas desfavorecidos.
Vale la pena recalcar que no se trata solo de una cuestión de equidad: es también eficiencia. Si el talento se distribuye de manera más o menos aleatoria, no ocurre lo mismo con las oportunidades. Entonces, ¿qué país puede permitirse perder al próximo Einstein?
Pandemia, desnutrición, estrés alteran la salud infantil (y la del futuro adulto)
Estudios recientes muestran que, además de los shocks de salud graves, como nacer durante un periodo de hambruna o de pandemia, también los shocks leves a edades tempranas (como una ingesta nutricional insuficiente en periodos críticos del crecimiento) pueden tener efectos de por vida. Estrés, enfermedades, contaminación, condiciones climáticas extremas, alcohol o tabaco son otros shocks leves que pueden afectar seriamente el desarrollo fetal e infantil.
Los shocks leves, bastante comunes en los países desarrollados, afectan al peso y al BPN (bajo peso al nacer), pero también a las puntuaciones de CI en la infancia y a los salarios en la edad adulta. Según un estudio focalizado en el peso al nacer, un aumento de (solo) 1 000 dólares en los ingresos anuales reduce la incidencia del BPN entre un 2% y un 3%. Este es un hallazgo muy relevante pues sabemos que el BPN se asocia con peores niveles en educación, salud y salarios en la edad adulta.
La pobreza infantil afecta no solo en el corto plazo
También la pobreza durante la infancia tiene efectos a largo plazo. En Estados Unidos, a mediados de los 90, se financió (con dinero público) el programa Moving to Opportunity (“Moviéndose hacia una oportunidad”). Familias de bajos ingresos seleccionadas al azar recibieron cupones de vivienda para que se mudaran de barrios pobres a otros menos desfavorecidos.
Al estudiar los efectos a largo plazo se pudo ver que el grupo de niños y niñas que se mudaron antes de los 13 años tenía mayores tasas de ingreso a la universidad y salarios más elevados, y había menos padres solteros que entre los que no se mudaron.
Por el contrario, los efectos entre los que se mudaron después de los 13 años fueron ligeramente negativos, quizás debido a un efecto perturbación. Mudarse a un entorno muy diferente en la adolescencia puede alterar los vínculos sociales, con consecuencias adversas en el desarrollo.
¿Cómo operan estos efectos de largo plazo?
En Estados Unidos, los niños provenientes de entornos con niveles socioeconómicos bajos tienen peores habilidades cognitivas y no cognitivas que los de entornos más favorecidos. Aunque esta brecha ya está presente cuando empiezan el colegio, durante los años de escolarización se amplía (en lugar de disminuir).
Los entornos socioeconómicos a edades tempranas parecen ser importantes predictores de las capacidades cognitivas y no cognitivas de los niños y niñas y son, en este sentido, más relevantes que las propias escuelas. Además, un estudio reciente del Economic Journal muestra que las habilidades no cognitivas se transmiten de padres a hijos.
El desarrollo del cerebro también difiere entre los niñosy niñas pobres y los niños y niñas ricas. Las y los niños de entornos más desfavorecidos desarrollan volúmenes menores del hipocampo; una región del cerebro asociada con el aprendizaje, la memoria y el procesamiento de información contextual, que se ve afectada por el estrés. Además, estos niños tienen trayectorias de crecimiento cerebral más lentas durante la primera infancia.
La pobreza infantil en España
Los niños y niñas españolas no salen muy bien paradas cuando las comparamos con las de otros países desarrollados. Si nos fijamos en su salud, las tasas de BPN son relativamente frecuentes, así como las de sobrepeso y obesidad. Cerca del 22% de niños y niñas de 11 a 15 años en España tiene sobrepeso u obesidad, en comparación con el 19% de media en la OCDE.
En cuanto a las tasas de pobreza infantil, las de España se encuentran entre las más altas de la UE (solo por detrás de Grecia). Esto contrasta, por ejemplo, con Alemania (líneas amarillas) y Portugal (líneas verdes).
Tasas de pobreza infantil y general a lo largo del tiempo en algunos países de la UE (en %)
Las desigualdades que ha traído la pandemia
Probablemente la covid-19 acentúe los efectos adversos de la mala salud y pobreza en la infancia. Las desigualdades marcadas por los entornos familiares y el estatus socioeconómico de los progenitores se han hecho más patentes debido al cierre de las escuelas.
Los propios progenitores se han visto afectados de manera muy desigual por la actual pandemia. Si algunos han mantenido sus empleos gracias al teletrabajo, otros los han perdido o han pasado a estar en ERTE en el mejor de los casos. La exposición al estrés y las privaciones materiales han aumentado en muchos hogares españoles.
En Inglaterra, la incidencia de problemas de salud mental en niños de 5 a 16 años aumentó del 10,8% en 2017 al 16,0% en julio de 2020. Estudios previos muestran que los problemas de salud mental en la infancia tienen efectos especialmente adversos sobre el empleo y la salud a lo largo de la vida.
Ante toda esta evidencia, ¿estamos haciendo lo suficiente para evitar los efectos adversos de largo plazo de la mala salud y la pobreza en la infancia? Si bien el gasto público no es la única solución, Save the Children advierte que España invierte solo el 1,3% de su PIB en protección social a la familia y a la infancia. Lejos de la media europea del 2,4% y muy lejos de la inversión de países como Dinamarca, que dedica el 3,5%.
Un niño que se queda atrás puede que nunca remonte. Es tiempo de actuar.