Es más ligero que el acero, pero cinco veces más resistente que el hormigón. Y encima, es renovable y durante su rápido proceso de fabricación no solamente no se realizan emisiones a la atmósfera, sino que se absorbe dióxido de carbono, cuatro veces más rápido de lo que lo hacen los árboles que generan madera. Así que el bambú se está revelando como un material de construcción con el que contar para el futuro.
Eso no es ninguna novedad para los habitantes de las regiones cálidas y húmedas del mundo de las que es originario (hay más de 1.100 especies de la familia Bambusoideae, autóctonas de todos los continentes salvo Europa y la Antártida).
Estas plantas, en realidad unas gramíneas como las hierbas o los cereales, pueden alcanzar 25 metros de alto y 30 centímetros de diámetro en sus robustos pero flexibles tallos leñosos huecos, que a menudo son lo único que queda en pie en el Asia tropical tras el paso de los tifones o tras los terremotos de América Central. Y su ritmo de crecimiento medio puede ser de hasta un metro al día.
El ritmo de crecimiento de la planta, una gramínea, puede ser de hasta un metro al día
Y por ello, desde tiempos inmemoriales las han aprovechado para construir utensilios de todo tipo, viviendas, e incluso puentes (en la isla indonesia de Bali hay uno de 50 metros de longitud capaz de resistir el paso de un camión). Incluso Thomas Edison utilizó bambú japonés –carbonizado– para fabricar el filamento de sus primeras bombillas en 1879 (con bambú logró que iluminaran durante 48 horas) y durante una década no encontró otro material mejor para ello.
Algunos expertos sostienen que la relación entre resistencia y peso del bambú es la mejor que se conoce. Se dice que un bambú de 10 centímetros cuadrados puede soportar el peso de un elefante de cinco toneladas. En 2008, se levantó en Ciudad de México la mayor construcción de bambú jamás realizada hasta entonces: el Museo Nómada, una estructura temporal obra del artista canadiense Gregory Colbert de tres naves de un total de 5.130 metros cuadrados, que ocupaba casi la mitad de la gigantesca plaza del Zócalo.
El arquitecto colombiano Simón Vélez se ha especializado en la construcción de grandes edificios de guadua, un tipo de bambú de las selvas del país, con el que es capaz de erigir bóvedas como las de una catedral y techos de nueve metros capaces de soportar 10 toneladas métricas mediante troncos unidos con pernos y pequeños tornillos. Mediante un tratamiento de ácido bórico ha eliminado el peligro de las termitas. En Hawai, la empresa Bamboo Technologies ha levantado cientos de viviendas con paneles de bambú construidos en Vietnam.
Y su cultivo es altamente sostenible. “Mientras la madera tarda 40 o 50 años en estar disponible, lo que tarda en crecer un árbol, el bambú crece en apenas dos meses y se puede utilizar en tres o cuatro años”, destaca el ingeniero japonés Arihiro Maeda, de la empresa Miroku Techno Wood, que procesa bambú para la fabricación de algunas piezas de los automóviles Lexus, como los volantes o el diafragma de los altavoces.
El futuro del transporte
“El bambú está considerado el acero vegetal”, recuerda Antonio Campos, que junto a su padre Antonio Alberto, ex ciclista profesional, han empezado a fabricar bicicletas con cuadros de bambú en Zaragoza, convirtiéndose en pioneros en España (en algunos países asiáticos, africanos y americanos ya existen desde hace bastante tiempo).
De hecho, ellos proceden de Argentina, donde iniciaron la actividad de su empresa Bambú Campos Bikes, que trasladaron hace un par de años a la capital aragonesa. “Vi a una persona que las había hecho en Ghana y me dije, ¿por qué no hacerlas nosotros?”, rememora Antonio padre.
En el país africano funciona un proyecto de fabricación de bicicletas de bambú apoyado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo dentro del programa de microdonaciones GEF Small Grants Programme. La iniciativa ha logrado crear una treintena de puestos de trabajo, 10 para agricultores que cultivan el bambú y otros 20 para ensambladores de bicicletas.
El bambú, hasta que es cortado, emite mucho oxígeno y capta grandes cantidades de dióxido de carbono, mientras que la fabricación de un cuadro de bicicleta de acero, afirman los impulsores del proyecto, puede provocar la emisión de hasta cinco kilos de este gas de efecto invernadero a la atmósfera. También es un gran consumidor de nitrógeno, con lo que ayuda a preservar la limpieza de las aguas de los lugares donde crece. Además, su uso genera menos residuos no reciclables al final de la vida útil de la bicicleta.
La empresa zaragozana ofrece productos personalizados por unos 700 euros
La materia prima usada “es flexible como el carbono, ligera como el aluminio y resistente como el acero”, aseguran los emprendedores zaragozanos. Les llega de Asia previamente tratada con calor y resinas para incrementar su resistencia y vida útil, y confiere a los vehículos “gran rigidez y ligereza” a la vez que una gran capacidad de soportar la humedad y de absorber las vibraciones y los posibles impactos con el terreno.
Aunque tienen tres modelos básicos, se trata de productos personalizados, casi a medida, en los que cada pieza de bambú, de diferentes longitudes, diámetros y espesores, es elegida cuidadosamente en función de su cometido y de las medidas del destinatario, y para ello se dedican más de 40 horas a la fabricación de cada cuadro, lo que hace que su precio de venta al público se eleve hasta unos 700 euros.
Tardaron cerca de tres años en tener claro el proceso óptimo para la fabricación antes de ponerse a ello. Para cada bicicleta es preciso una media de seis largas cañas de bambú. Y los cuadros resultantes, en los que las piezas se unen por medio de fibra de vidrio, resinas de alta calidad y fibras naturales con diferentes técnicas de sujeción, “no pesan nada, apenas un kilo y 300 gramos”, presume Antonio hijo. Un barniz de poliuretano proporciona sellado e impermeabilización al conjunto.
Aunque de momento sólo venden directamente en su taller de Zaragoza, el objetivo del negocio es comercializar las bicicletas en tiendas de ciclismo, empresas de alquiler y hoteles. “Nuestros productos no son una tendencia, creemos que son el futuro del transporte a nivel mundial”, proclaman padre e hijo, que quieren crear un taller para enseñar el manejo del bambú con finalidades sociales, con la intención de ayudar a crear autoempleo.
El ejemplo cunde. En Barcelona, Bamboo Bikes Barcelona, creada por dos estudiantes de ingeniería, ofrece bicicletas urbanas artesanales personalizadas con bambú y fibras naturales como el cáñamo. En Estados Unidos, Argentina, México y otros países funcionan desde hace años proyectos empresariales que comercializan bicicletas de materiales sostenibles, como la madera o el bambú, que hacen todavía más beneficioso para el medio ambiente el saludable hábito de desplazarse a golpe de pedal.
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