Bután quiere que sus ciudadanos sean felices y que además, estén bien alimentados. En la Tierra del Dragón, como se conoce a esta pequeña nación encajonada entre la India y China, de economía agrícola y tradición budista, la felicidad es un mandato constitucional.

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No se trata de una simple frase bonita o una noble aspiración que nadie pretende cumplir, sino de un objetivo medible y evaluable y que, para alcanzarse, incluye un verdadero compromiso con el medio ambiente y el bienestar mental y espiritual de sus habitantes.

Pocas miradas habían reparado en este pequeño estado asentado en el Himalaya y aislado del exterior durante siglos antes de que su índice para medir la felicidad interior bruta lo situara en el mapamundi.

El bienestar de sus 700.000 habitantes es la principal prioridad que afirma tener su gobierno, que apuesta además porque la totalidad del sistema agrícola del país sea orgánico antes de 2020.

 

Hacia un desarrollo económico sostenible



Desde el año 2008, Jigmi Y. Thinley, del Partido de la Paz y la Prosperidad, es el primer ministro. Su objetivo es avanzar hacia un desarrollo económico sostenible y equitativo, respetuoso con el imponente entorno natural y el rico patrimonio cultural de este rincón de Asia que tiene un 72% del territorio cubierto de bosques en los que crecen más de 550 especies de plantas, 300 de ellas medicinales.

La última de sus iniciativas ha traspasado de nuevo las fronteras del reino y le ha concedido un espacio en los titulares de la prensa internacional. Se trata de hacer de Bután el primer país del planeta con una agricultura totalmente orgánica.

La transición hacia una agricultura libre de residuos tóxicos comenzó en 2007 y está previsto que finalice en 2020. "Los agricultores están cada vez más convencidos de que trabajando en armonía con la naturaleza pueden ayudar a sostener el flujo de recompensas que la Madre Tierra ofrece", aseguró Thinley en la pasada cumbre medioambiental de la ONU Río+20.

"No se trata sólo de un proyecto para proteger el medio ambiente", matizó el primer ministro. Agricultores y granjeros recibirán formación en nuevos métodos agrícolas que les permitirán aumentar sus cultivos y acercar el país a la autosuficiencia. Además, todos aquellos que abandonen las técnicas convencionales contarán con ventajas en la asistencia gubernamental.



Una meta posible



Según el asesor australiano del gobierno de Bután y presidente de la Federación Internacional de Movimientos de Agricultura Orgánica (IFOAM), Andreu Leu, el reto resulta "muy factible".

La mayoría de los butaneses son agricultores, y su manera de cultivar estas tierras, fruto de siglos de tradición, responde en general a los principios de la agroecología. El largo periodo de aislamiento voluntario que experimentó el reino ha servido no sólo para preservar casi intactos sus paisajes y ecosistemas, sino para mantener en perfecto estado prácticas tradicionales que hoy podemos encontrar en los manuales más avanzados de agricultura ecológica.

El uso de productos químicos está muy poco extendido en el país y sólo una minoría de sus ciudadanos puede permitirse el lujo de pagar por ellos: la mayor parte son, sin saberlo o por defecto, agricultores ecológicos.

Cultivan sobre todo arroz –especialmente arroz rojo, la variedad de este cereal que encabeza las exportaciones butanesas–, maíz y algunas frutas y verduras, como naranjas o patatas.
 

Productos ecológicos al mismo precio

 

Como esta manera de producir no está reconocida por ninguna certificación oficial, el gobierno tiene previsto crear un sello que muy pronto permitirá identificar los productos cultivados localmente y de manera orgánica y servirá para garantizar así su pureza.

"Todos los butaneses tienen derecho a consumir el máximo de comida orgánica posible ya que, actualmente, los productos ecológicos se venden en el mercado nacional al mismo precio que los que reciben tratamientos químicos", explica Kesang Tshomo, coordinadora del Programa Nacional para la Agricultura Orgánica.

Sin embargo, no todos en Bután están a favor de este ambicioso proyecto. Algunos pequeños productores, acostumbrados a confiar en el uso de fertilizantes para aumentar sus cosechas, se muestran reacios a abandonarlos y en el Ministerio de Agricultura, algunos investigadores formados en agricultura convencional fuera del país también se resisten al cambio.

Bután no es el único que ha abrazado este gran reto. Justo al otro lado de la frontera con India, el estado de Sikkim ya ha conseguido que un tercio de su superficie agrícola sea orgánica y calcula que en 2015 lo será todo el territorio. En el extremo sur del subcontinente indio, en el estado de Kerala, la transición hacia la reconversión orgánica del campo comenzó en 2010.



Medir la felicidad



Fue Jigme Singye Wangchuck, cuarto rey de Bután y padre del actual monarca, Jigme Khesar Namgyel Wangchuck, de 28 años, quien el 2 de junio de 1974, en su discurso de coronación, dijo: "La felicidad interior bruta (FIB) es mucho más importante que el producto interior bruto (PIB)".

Desde aquel día, esta idea ha guiado la política de Bután y su modelo de desarrollo. Para los butaneses, el verdadero progreso de una sociedad tiene lugar cuando los avances en lo material y en lo espiritual se complementan y se refuerzan mutuamente. Cada política que se implementa desde el gobierno debe valorarse en función no sólo de su rendimiento económico, sino de si conduce o no a la perseguida felicidad.

Para calcular la felicidad interior bruta, los butaneses son convocados, cada dos años, a responder a un cuestionario de 180 preguntas agrupadas en nueve campos: bienestar psicológico, uso del tiempo, vitalidad de la comunidad, cultura, salud, educación, diversidad medioambiental, nivel de vida y gobierno.

Con los resultados se mide el nivel de suficiencia de cada hogar respecto a cada una de las nueve categorías y se establecen unos valores de corte. Al cruzarse por géneros, edades, profesiones, etc., esta información convierte al FIB en un instrumento muy valioso para orientar políticas.

A pesar de que hasta los años 70 Bután fue un país casi medieval, sin escuelas ni carreteras, hoy el Reino del Dragón no es sólo la democracia más joven del mundo, sino el laboratorio hacia el que miran quienes, desde el pensamiento económico y político mundial, buscan alternativas a un modelo capitalista insostenible y agotado que ha dado la espalda por completo al ser humano.