Hace algo más de 10 años, los pescadores de El Palmar, una pedanía de la ciudad de Valencia a orillas de La Albufera, se rendían por fin y levantaban el veto a que las mujeres pudieran faenar en aguas de esta laguna litoral. Se trataba de una reivindicación por la que algunas mujeres de la localidad empezaron una lucha en la década de los 90. Les parecía injusta la situación y decidieron modificar esta secular y discriminatoria tradición. En total fueron seis mujeres las que protestaron contra una institución, la que otorga los derechos de pesca en la Albufera, que se fundó en el siglo XIII.
“Al final, la presión social empujó a los pescadores a cumplir una sentencia que les obligaba a admitir mujeres. Los hombres que se oponían decidieron no recurrir la última decisión judicial”, explica Irene Marco, barquera de El Palmar. Esta mujer, como muchas otras, ha adaptado su barca a motor, que antes solo se usaba para pescar, para otro uso más rentable: dar a conocer este peculiar paisaje y su valioso ecosistema a los turistas, una actividad que ha acabado siendo uno de los motores económicos de las poblaciones del humedal.
Las pescadoras tenían vetado faenar en la Albufera hasta hace una década
La culpa de aquel inmovilismo la tuvo la Comunidad de Pescadores, la entidad que otorga por sorteo los puestos fijos de pesca de la Albufera desde hace siete siglos, unos puntos que en la zona llaman redolins, a los que solo podían optar los varones y que se trasmitían de padres a hijos, siempre por vía paterna. Por tanto, las mujeres estaban marginadas de la actividad económica principal de la localidad.
Esta situación las colocaba en una insalvable dependencia económica de sus padres o maridos. Por otro lado, el estigma social marcó durante siglos a las vecinas de El Palmar, ya que el hecho de que no pudieran transmitir los derechos de pesca era un problema para una economía familiar en una aldea que durante siglos ha vivido de faenar en el lago y del cultivo del arroz (hoy lo hace del turismo).
“Esta conquista sigue siendo importante en el plano emocional personal, por el arraigo histórico, por la identidad y el compromiso de permanecer en la Albufera”, explica Aída Vizcaíno Estevan, socióloga de la Universidad de Valencia. “Es un movimiento de pertenencia a la comunidad. Y esto es lo más simbólico de esta lucha”, analiza la investigadora.
Este caso ejemplifica las miles de batallas que las mujeres han librado, en el ámbito público o en el privado, a lo largo de los siglos por la discriminación social y laboral. Arduas luchas simplemente para ser tratadas como iguales. Sin embargo, aunque se han conquistado derechos, paralelamente se generan nuevos problemas que tienen que ver, de nuevo, con la falta de oportunidades.
Diferencias con el feminismo urbano
“En el Palmar ha habido un cambio de perfil en cuanto a la presencia y visualización de la mujer en el campo. La despoblación que sufre el mundo rural ha afectado también a esta zona. Pocos se dedican ya a la pesca y a la agricultura. Años atrás, las mujeres compaginaban trabajos del campo con los cuidados familiares, pero ahora esa situación se ha modificado. El Palmar vive del turismo. Y en el menguante sector pesquero y el agrícola trabajan mayoritariamente hombres. Además se observa un alto porcentaje de trabajadores inmigrantes tanto en el campo como en los restaurantes de la zona”, explica Raquel Romero, alcaldesa de El Palmar.
Porque, según la escritora María Sánchez, que conoce los problemas de las mujeres del campo por su condición de veterinaria rural, en su ensayo Tierra de Mujeres, este mundo tiene otros tiempos, otros ritmos diferentes. Por eso “el feminismo urbano no puede exigir una forma y una realidad concretas al feminismo rural. La acción de manifestarse o hacer huelga en un pueblo toma mayor relevancia y supone mucho más que en la ciudad, porque todos se conocen. Todos al día siguiente hablan. Todos se señalan”, reflexiona Sánchez.
Coto de abusos: en la pasada campaña de la fresa de Huelva se registraron 185 abortos
Así ocurrió durante los 14 años que duró el litigio en El Palmar. Trabajadores cercanos a la alcaldesa lo confirman. Esta sigue siendo una sociedad cerrada. Está aislada en todos los sentidos de la palabra. Vicenta Peris, presidenta de la Asociación de dones independents de El Palmar, a día de hoy prefiere no hacer declaraciones: “Se sufrió mucho”, resume apresuradamente. Es el precio pagado por “la vergüenza de ver aireadas sus intimidades”, diagnostica Vizcaíno.
Las brechas laborales entre hombres y mujeres siguen siendo una realidad. Por eso, el movimiento feminista tiene motivos para volver a salir a las calles este 8 de marzo. Las cifras en el mundo rural resultan demoledoras. Las mujeres desarrollan tan solo un 2,3% de las actividades en los sectores de la ganadería, la silvicultura y la pesca según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) publicados en 2018.
Y sufren más desempleo. La brecha entre el paro masculino y femenino está volviendo a crecer con la recuperación económica. El 57% de las trabajadoras está ocupada a tiempo parcial porque no logra ser contratada a jornada completa. La desocupación ha afectado en mayor medida a las mujeres, que constituyen el 59% de los parados en España, con alrededor de dos millones de desempleadas según últimos datos de la última Encuesta de Población Activa elaborada por el INE.
Y todavía hay peores contextos laborales. Aún hay ámbitos donde la precariedad y los abusos son el pan de cada día. Pascale Mueller y Stefania Prandi, dos periodistas alemanas, destaparon el año pasado una historia de indefensión en los campos de fresa onubenses. Muchas mujeres marroquíes que fueron contratadas para la recolección de frutos rojos (el contingente autorizado por el Gobierno es de unas 20.000 este año) sufren bajos salarios y agresiones sexuales. La inmigración, el desarraigo familiar y el desconocimiento de las leyes y el idioma las ponen en una situación de mayor vulnerabilidad.
La importancia de los vínculos
Los trabajadores de la ONG Mujeres en zona de conflicto trabajan como mediadores en el campo. Es difícil conocer dicha realidad, ya que no hay cifras oficiales y el silencio dictado por el miedo impera pero, en localidades como Palos de la Frontera o Moguer, el número de abortos durante la temporada de recolección de la fresa se dispara. Según las dos periodistas, según los datos facilitados por una trabajadora social se registraron 185 abortos durante la campaña de la fresa (de enero a junio) de 2017. El 90% de quienes los protagonizaron eran mujeres extranjeras.
Por fortuna, en este contexto de precariedad, desigualdad y despoblación, el campo cuenta con mujeres que pretenden hacer más visible la realidad del trabajo femenino lejos de las grandes ciudades. La Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales o Ganaderas en Red sirven para crear vínculos entre ellas. Son conscientes de que las ciudades siguen siendo muy atractivas para los jóvenes, ya que no hay otros sitios con las mismas oportunidades para estudiar, disfrutar del ocio y a la vez tener trabajo.
Muchos jóvenes van a la ciudad a formarse y después les cuesta volver al pueblo. “Es muy importante que las administraciones creen las oportunidades suficientes para vincular más las zonas rurales con las ciudades y que estos jóvenes decidan quedarse en el pueblo y formar familias y negocios que generen ingresos allí”, explica una portavoz de Ganaderas en Red.
La falta de servicios médicos, educativos o de transporte fuerza la emigración a la ciudad
Las responsables de estas entidades están convencidas de que para frenar este vacío poblacional, las familias deben tener acceso a servicios básicos como médico, colegios o transporte. “Si una familia tiene trabajo en una zona rural pero no cuenta con estos servicios termina abandonando y marchándose a ciudades o núcleos urbanos más grandes”, explican.
Además, las pequeñas empresas familiares ligadas a la ganadería, como por ejemplo las queserías, si no tienen acceso a transporte o si para hacer gestiones deben desplazarse a muchos kilómetros de distancia, al final no pueden ser rentables. Se ven obligadas a cerrar o ya ni siquiera llegan a abrir. “La pequeña empresa es primordial para crear empleo en una zona rural”, lamentan desde Ganaderas en Red.
Tejer vínculos es fundamental. Sentir que forman parte de un colectivo, en un espacio que se tiende a pensar remoto. Hoy 8 de marzo algunas mujeres del campo saldrán a reivindicar igualdad de oportunidades laborales. Pero otras muchas no podrán hacerlo. “El problema al trabajar con animales es que no podemos desatenderlos casi ningún día, pero algunas de nuestras compañeras van a ir a la manifestación de Madrid, y otras lo harán en sus pueblos y ciudades”, comenta un miembro de Ganaderas en Red. “Hemos creado un vídeo con el lema Si tú puedes, yo puedo. Si yo puedo, tú puedes para concienciar a la gente de la igualdad entre hombres y mujeres en tareas con el ganado, en casa, cuidando a la familia”. Con grandes dificultades, sorteando mil y un obstáculos, la mujer va ganando terreno en el mundo rural. Pero el final del camino sigue lejos.
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