El cambio climático está acabando con la mayoría de los glaciares del planeta. Pero en una región del Himalaya, hay un hombre que trabaja desde hace décadas para compensar esta pérdida. El ingeniero Chewang Norphel ha creado numerosos glaciares artificiales para que los campesinos dispongan de agua durante todo el año, como sucedía antes de que el calentamiento global fundiera las lenguas de hielo situadas por encima del altiplano de Ladakh (India).
Este territorio desértico situado en el extremo norte del país, en la disputada región de Cachemira, fronteriza con Pakistán, China y en un pequeño sector con Afganistán, se alza de media unos 3.000 metros sobre el nivel del mar y está poblado en buena parte por gentes de ascendencia tibetana.
Tradicionalmente, y pese a su clima desértico, sus habitantes podían recoger abundantes cosechas de cereales, frutas y verduras a lo largo de todo el año, gracias al flujo constante de agua procedente de los numerosos glaciares de la cordillera más alta del mundo, enormes reservas hídricas cuyo contenido se iba liberando lentamente durante los meses más cálidos.
Un sistema de presas y canalizaciones conduce el agua hasta zonas elevadas y sombrías
Pero, desde hace ya unos cuantos años, el agua ha dejado de correr en primavera, coincidiendo con la época de la siembra, que se realiza en abril y mayo. Los glaciares han retrocedido con enorme rapidez. Norphel, que había abandonado su trabajo para el Gobierno como ingeniero civil encargado del desarrollo rural de Ladakh en 1995 y tiene ahora 80 años, decidió buscar una solución al problema.
La inspiración le llegó un día que vio gotear una tubería de agua a poca distancia de su casa en la aldea de Leh. En invierno, los grifos se dejan algo abiertos para que el agua corra y no se congelen las tuberías. Norphel, al que en la zona todos conocen como el Hombre de hielo, pensó que era una pena que toda esa agua que tanta falta haría en verano se desperdiciara.
Siguiendo el curso de aquella pequeña corriente comprobó que, al atravesar una zona plana donde los árboles le daban sombra, el agua se acumulaba y quedaba congelada hasta la primavera. Norphel lo vio claro: si se lograba reproducir esto de forma artificial, los campesinos podrían regar de nuevo todo el año.
El ingeniero diseñó un sistema de terraplenes y presas de piedra destinados a frenar y encauzar el agua que el deshielo hacía bajar de las montañas. Haciéndola llegar a una depresión sombría donde volviera a congelarse, se obtendría una abundante reserva para los meses en que se la necesitara. El primer glaciar artificial de prueba, de pequeñas dimensiones, se construyó en la aldea de Phuktse. Fue un verdadero éxito: aquel año, los agricultores tuvieron un suministro extra de agua de 30 días. Y pronto se sumaron todos al esfuerzo por ampliar esta zona de acumulación de líquido, que ahora ya tiene varios kilómetros.
Durante el pasado decenio, Norphel ha construido una decena de grandes glaciares, de unos 250 por 100 metros de promedio, cada uno capaz de acumular 23.000 metros cúbicos de agua. Se hallan a diferentes alturas, para que cuando unos se hayan fundido los otros todavía conserven el agua helada. Y lo ha hecho pese a carecer de dispositivos técnicos modernos que habrían hecho su tarea infinitamente más sencilla. Su idea constituye “una tecnología fantástica de adaptación para los cambios climáticos que estamos viviendo en esta región ", opina Pankaj Chandon, coordinador del WWF en la zona.
Injertos glaciares
El ingeniero admite que se inspiró en una técnica ancestral de injerto glaciar documentada por lo menos desde el siglo XII en las montañas del Karakoram pakistaní. Se basa en transportar hielo de dos clases de glaciares (uno macho, de movimiento lento, y uno hembra de mayor fluidez) hasta una zona a gran altitud, a por lo menos 4.500 metros, donde se fusionan encima de una capa de cantos rodados en el lado más sombrío de una montaña.
Incluso se colocan calabazas en el hielo para que al helarse exploten y ayuden a la formación de más hielo. El injerto se cubre con una capa de tela y tierra para favorecer que la capa helada se consolide. Con esta técnica, las poblaciones locales se aseguraban una reserva de agua para los meses secos.
La mayor disponibilidad de agua y el hecho de que el mismo cambio climático haya hecho posible cultivar productos como berenjenas, manzanas, pimientos o sandías a unas altitudes donde antaño resultaba imposible, han mejorado enormemente los ingresos de los campesinos. Algunos los han visto triplicarse en poco tiempo.
Otro ingeniero de la región, Sonam Wangchuk, ha ideado una forma alternativa de construir glaciares artificiales que no requiere de tan largas canalizaciones, de trabajoso mantenimiento, y permite disponer de ellos en altitudes mucho menores (los glaciares de Norphel sólo son viables a unos 4.000 metros y en valles orientados hacia el norte).
Su propuesta es la creación de lo que ha bautizado como stupas de hielo, por su similitud con las construcciones religiosas de forma cónica dedicadas a Buda por los creyentes de la región (aunque también existen en otros territorios y países hacia los que se extendió posteriormente el budismo).
La acumulación vertical del hielo expone una menor superficie al viento y el sol
En febrero de 2014, junto a varios alumnos de la escuela del SECMOL (Movimiento Educacional y Cultural de los Estudiantes de Ladakh), que trabaja para hacer frente a los retos educativos y ambientales de la zona, terminó su primera stupa de hielo, de siete metros de altura, capaz de acumular 150.000 litros de agua. Para construirla necesitaron un mes.
La idea consiste en acumular el agua recogida del deshielo, trasladarla mediante tuberías hasta las proximidades de los pueblos y congelarla allí acumulando el hielo verticalmente, para que la misma cantidad de líquido exponga una menor superficie al sol y el viento cálido del verano y así se ralentice su deshielo (que es hasta cinco veces más lenta que si se extendiera horizontalmente).
Para acumular el agua en forma de hielo basta con verterla de arriba a abajo desde una tubería flexible en los meses más fríos, cuando por la noche se alcanzan fácilmente los 30 o 40 grados centígrados bajo cero. El líquido se congela de forma inmediata y el hielo se va acumulando en una pirámide que puede alcanzar de 30 a 50 metros de altura.
El primer prototipo, construido en la zona más baja del valle de Leh, a 3.170 metros de altura, a orillas del Indo y plenamente expuesto al sol, logró conservar agua helada y así seguir suministrando líquido hasta el 18 de mayo, mientras que el hielo conservado de forma horizontal a esa altitud se había descongelado ya en marzo. “Si tuvo éxito aquí, entonces tiene que funcionar en cualquier parte”, afirma Wangchuk.
En octubre, el gobernador del estado de Jammu y Cachemira lanzó durante una conferencia sobre cambio climático el proyecto de construcción de un campo de stupas de hielo que permitan reverdecer un área de 1.500 hectáreas alrededor del monasterio budista de Phyang, después de que el lama Drikung Kyabgon Chetsang Rinpoche, uno de los más altos líderes espirituales del budismo tibetano, mostrara su interés por la idea de Wangchuk. Ahora falta que lleguen los recursos económicos.