Grain fue premiada con el Right Livelihood por su denuncia del acaparamiento de tierras a nivel mundial. ¿Cuál es la causa de este fenómeno?
Tras la crisis alimentaria de 2008, algunos estados con mucho dinero, pero sin tierra cultivable, como los árabes del Golfo, que siempre habían confiado en el mercado internacional para abastecerse, se dieron cuenta de que esto era muy arriesgado y sus fondos de inversión empezaron a comprar tierras para producir alimentos, sobre todo en África.
Por otra parte, grandes inversores internacionales, que acumulaban mucho capital pero no sabían dónde colocarlo, empezaron a apostar por las tierras cultivables, una inversión cómoda en un bien escaso y fiable, porque siempre se consumirán alimentos, o bien se cultivará para usos industriales o para el mercado internacional.
Según el Banco Mundial, estos inversores han adquirido ya entre 50 y 80 millones de hectáreas, que se concentran especialmente en África y América Latina. Oxfam dice que son el doble o más. Eso equivale en superficie a la mitad de las tierras agrícolas de la Unión Europea.
Y ello deja sin parcelas a cientos de miles de pequeños agricultores.
Al adquirirlas, se echa a la gente que vivía en ellas y las cultivaba. El caso de Etiopía es especialmente sangrante. En la provincia de Gambela fueron expulsadas 70.000 personas. Algunas provincias etíopes han alquilado la mitad de sus tierras por 99 años. Human Rights Watch ha denunciado esta actuación.
La crisis financiera que atravesamos, ¿ha frenado o acelerado el proceso?
Desde 2008 la tendencia ha ido a más. Claramente.
¿De qué países proceden estas inversiones?
Los responsables no son sólo los jeques árabes. Otros actores principales son intereses financieros occidentales, chinos, indios o brasileños (Brasil se ha convertido en el primer productor de pollos del mundo, y acoge numerosas multinacionales de carne y de soja transgénica), entre otras nacionalidades.
¿Qué se cultiva en las tierras adquiridas?
Sobre todo se plantan cuatro productos que son apuestas seguras porque tienen muchas aplicaciones alimentarias o industriales, y por ello son denominados flexicrops (cultivos flexibles). Son la palma de aceite, la caña de azúcar, la soja y los agrocombustibles.
En muchas regiones de África, el agua escasea...
Nosotros hemos comparado los mapas de las inversiones y los de los recursos hídricos del continente, y coinciden plenamente. La mayor parte de las grandes reservas subterráneas de agua africanas son lo que se denomina agua fósil, un recurso que se acumuló durante miles de años y que por tanto no es renovable. Con su explotación masiva se corre el peligro de que suceda lo mismo que en Arabia Saudí en los años 80. Se hallaron grandes acuíferos en el subsuelo y se decidió plantar trigo en el desierto. En 15 años habían agotado el 60% de las reservas y tuvieron que abandonar el proyecto.
La falta de agua puede provocar conflictos...
Un ejemplo es el de la cuenca del Nilo. Según la Organización Mundial para la Agricultura y la Alimentación (FAO) de la ONU, con sus aguas se pueden irrigar unos ocho millones de hectáreas más de la región. Nosotros creemos que los cinco países principales de la cuenca ya irrigan entre cinco y seis millones, y han vendido a inversores extranjeros unos ocho millones más. El 80% del caudal del río viene del Nilo Azul, desde Etiopía, donde hemos visto que se produce un enorme acaparamiento de tierras para usos industriales. Si todos estos proyectos se llevan a cabo, el Nilo se seca. Es un suicidio hídrico. Y ya se empiezan a registrar tensiones en la zona.
Las perspectivas son inquietantes...
Está a punto de explotar una nueva crisis alimentaria internacional: se dan todas las condiciones para una escalada de los precios. Cada vez se dedica a alimentos un porcentaje más bajo de las cosechas de grano. Éste es el modelo de agricultura industrial que se nos presenta como el más eficiente para alimentar al mundo. Y en realidad provoca todos estos desastres, y encima no produce alimentos, sino básicamente componentes para la industria.
¿Qué papel juegan en todo este proceso los transgénicos?
Para mí, el verdadero debate sobre los transgénicos no es acerca de sus efectos en la salud de las personas. Lo fundamental es observar qué cultivos son y dónde están: el 80% son de cuatro productos: maíz, soja, algodón y colza. Están en cuatro países: Estados Unidos, Canadá, Brasil y Argentina. Y cinco corporaciones controlan el 75% de las patentes. ¿Es éste el modelo que debe alimentar el mundo?
Los cultivos son modificados genéticamente para poder fumigar más y que resistan los químicos, especialmente los herbicidas, cuyo uso se ha multiplicado por 10 en Argentina. Esta característica se ha incorporado en el 80% de los transgénicos. El 20% restante alberga el gen BT, que produce de manera natural la bacteria bacilo que mata a las orugas de algunos lepidópteros, y que ya se usaba en la agricultura biológica, pero en pequeña escala. En cambio, estas plantas producen toxinas durante 24 horas al día, lo que genera resistencias en las plagas. Y además, las plagas secundarias, al faltar las primarias, se han convertido en un problema más grande.
Los transgénicos no se dedican al sector de la alimentación: su misión es crear un mercado gigante de cultivos industriales. La mitad de toda la tierra agrícola cultivada en Argentina se dedica a soja transgénica, que se emplea para producir piensos, para usos industriales y para agrocombustibles, un uso que tiene peores consecuencias para el medio ambiente que el petróleo.
La actual crisis financiera, ¿puede ayudar a modificar este estado de cosas?
Cuando hay situaciones como ésta, se registran dos tipos de respuesta de los consumidores en las sociedades ricas: unos se vuelcan directamente a adquirir el producto más barato, y por tanto más industrial y más químico. Otros se plantean cómo pueden comer mejor sin consumir tantos productos de origen industrial.
Paralelamente, como apretamos demasiado a los agricultores, cada vez se cuestionan más el actual modelo de producción. Con 20 o 30 hectáreas de tierra ya no pueden vivir como podían antes. Poco a poco, se dan cuenta de que si conectan directamente con los consumidores pueden ganar más dinero. Y estos procesos confluyentes hacen que se cuestione cada vez más el modelo industrial.
Grain afirma que el sistema alimentario es la mayor causa del cambio climático.
Si sumamos todo el proceso, desde la producción agrícola, con el uso de maquinaria, de fertilizantes, la deforestación que conlleva, el impacto sobre el suelo... más la huella de carbono del comercio, debido al transporte desde grandes distancias (entre el 20 y el 30% de los camiones que circulan por los Estados Unidos transportan alimentos), el modelo de distribución de grandes supermercados, el empaquetamiento, la refrigeración o congelado de los alimentos... el sistema alimentario genera del 44 al 57% de las emisiones. Efectivamente, es el principal causante del cambio climático.
Entonces, ¿simplemente con un cambio de modelo agrícola se frenaría el calentamiento global?
Si cambiamos de modelo, empleando menos transporte, menos envases y menos refrigeración, aplicamos los principios de la agroecología que favorecen la conservación de suelos sanos, porque aportan materia orgánica, que con la agricultura industrial se destruye, y lográsemos generar un 2% más de materia orgánica en los suelos, en 50 años podríamos eliminar dos tercios del efecto invernadero.
El Relator Especial de la ONU sobre el Derecho a la Alimentación, Olivier de Schutter, que emplea datos de Grain, apuesta por invertir en la agroecología. En algunos lugares donde se han aplicado estos principios se han logrado resultados espectaculares, como duplicar la producción de algunos cultivos. Pero ése no es el sistema que apoyan las grandes organizaciones internacionales responsables de la materia. Monsanto ha conseguido privatizar las semillas, y todas las soluciones que ellos proponen son con las suyas. Y la FAO y el Banco Mundial lo asumen plenamente: semillas mejoradas y fertilizantes, ésa es su receta. Nosotros creemos que lo fundamental es mejorar el suelo y combinar cultivos y programar sus ciclos para lograr el máximo rendimiento.
Una de las principales causas del hambre es el injusto modelo de comercio internacional. Para lograr la soberanía alimentaria, ¿es preciso el proteccionismo arancelario?
Lo que los países en desarrollo necesitan no es tanto dinero como políticas públicas que permitan a la gente vivir en el campo. El proteccionismo sería sin duda una de las soluciones. El mercado libre no existe, ni a nivel local ni internacional. Y los países deberían proteger sus mercados. Durante 20 años de políticas neoliberales, les hemos obligado a abrirlos, pero no lo hemos hecho con los nuestros.
¿Existe algún ejemplo alentador de país o territorio que haya alcanzado la soberanía alimentaria?
En todo un país e impulsado por su gobierno, no. La soberanía alimentaria desafía a demasiados sectores del establishment. Y pasa siempre por una reforma agraria, que ningún gobierno se atreve a emprender. Pero es destacable el caso de Malí. Siempre fue un país pobre donde se ha sufrido el hambre, pero tiene un movimiento campesino bastante fuerte y ha habido diálogo para proteger a los pequeños agricultores. En 2007, el presidente Amadou Toumani Touré inauguró una serie de debates con ellos. El ministro de Agricultura se reunía cada viernes con los sindicatos agrarios. Y el sistema funcionaba.
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