Sus creadores son Ben Glass y Adam Rein, dos antiguos alumnos del MIT, el Instituto Tecnológico de Massachussets (Estados Unidos), que en 2010 fundaron la start-up Altaeros Energies.
Una zona rural de Alaska es el escenario donde van a poner a prueba su criatura a partir del próximo año. La que muchos ya consideran la última generación de la energía eólica ha sido concebida para llevar electricidad a los lugares más remotos y aislados del planeta, desde comunidades en el Ártico a islas, bases militares, explotaciones mineras o zonas afectadas por una catástrofe natural o una emergencia humanitaria.
El dirigible sin piloto alcanza una altitud aproximada de entre 300 y 600 metros
De momento, los primeros aerogeneradores aerostáticos que han surcado el cielo han demostrado que pueden producir el doble de energía que las turbinas de igual tamaño instaladas en torres convencionales.
Como un globo de reconocimiento militar del siglo XX, el BAT alcanza una altitud aproximada de entre 300 y 600 metros. Allá arriba, los vientos soplan de forma más continuada y estable y con una fuerza entre cinco y ocho veces mayor que los que impulsan las aspas de los modernos molinos eólicos, que se alzan entre 30 y 90 metros sobre el suelo.
El cuerpo de la aeronave diseñada por Altaeros Energies está cubierto con el mismo tejido resistente y de larga duración que se utiliza en zepelines y velas de barco. El armazón circular inflable que lo envuelve tiene 35 metros de diámetro y 10,7 metros de largo. Aunque se sitúa por debajo de la mayoría de las rutas de vuelo, las luces de seguridad y de localización del aerogenerador sirven para advertir cuando éste se está desviando de su camino.
Fuertes cables lo atan al suelo y transmiten la energía eólica de la turbina a una estación terrestre portátil, que puede conectarse a una red eléctrica, a una microrred local o al equipo principal. Cada uno de estos cables es capaz de abastecer de energía a una docena de hogares, informan desde la compañía.
Mar adentro
Los padres del BAT, un ingeniero aeronáutico y un economista, reconocen que han bebido de la tecnología aeroespacial y de los avances en el uso de dirigibles para levantar y sostener por el aire una turbina cuya altura y alineación se puede ajustar en función de los cambios del viento. Eso permite, aseguran Glass y Rein, que la aeronave produzca entre dos y tres veces más electricidad que instalaciones similares terrestres.
En caso de condiciones climatológicas adversas, el gran globo puede enrollarse sobre sí mismo y reposar en el suelo. Y mientras está en el aire puede transportar equipos adicionales de comunicación, vigilancia y monitoreo del clima que no afectan ni a la estabilidad ni a la potencia del sistema, a los que ofrece un campo de visión de más de 60 kilómetros en cualquier dirección.
Pero, sin duda, una de las grandes virtudes del prototipo desarrollado por Altaeros es que reduce drásticamente el costo de generación de energía, ya que elimina casi por completo la compleja logística que va aparejada a la instalación de un parque de energías renovables tradicionales en un lugar remoto.
Los aerogeneradores aerostáticos diseñados por la firma norteamericana son fáciles de transportar, no precisan de maquinaria pesada y pueden estar operativos en aproximadamente un día. La única mano de obra que se necesita es la encargada de su configuración, el control remoto y las inspecciones periódicas in situ.
Aspira a rebajar el coste del kilovatio-hora unos 82 centavos de dólar (0,60 euros)
El primer prototipo comercial de una turbina aérea flotante ensayará su capacidad para proveer de energía a pequeñas redes eléctricas el año próximo, en un lugar al sur de Fairbanks, en Alaska. Las autoridades del estado norteamericano han otorgado a Altaeros Energies una subvención de 1,3 millones de dólares (cerca de un millón de euros) de su Fondo de Tecnología para las Energías Emergentes para que la compañía pruebe su equipo durante 18 meses. La idea es ampliar su uso en el futuro.
Para obtener su electricidad, la población de la Alaska rural depende de generadores eléctricos alimentados con combustibles fósiles. En algunas zonas se puede llegar a pagar un dólar (0,73 euros) por kilovatio-hora, aproximadamente 10 veces el promedio nacional. El BAT, que tiene una capacidad de generación de 30 kilovatios, aspira a rebajar el coste del kilovatio-hora hasta unos 18 centavos (0,13 euros).
“Se trata de un precio demasiado alto para la mayoría de los mercados convencionales, pero todavía está muy por debajo de los 35 centavos de dólar que se pagan a menudo en áreas remotas de Alaska”, asegura Ben Glass, director ejecutivo de Altaeros.
A largo plazo, los responsables de Altaeros esperan expandirse mar adentro, en lugares como la costa del Pacífico, donde las autoridades han aprobado ya planes para probar las turbinas flotantes, ya que las aguas son demasiado profundas para anclar torres eólicas en el lecho marino.
Pero eso, reconocen, está aún a años luz. Por ahora, el equipo está concentrado en lanzar al vuelo el máximo número de aerogeneradores aerostáticos. Su destino: las regiones que carecen de electricidad o dependen de combustibles fósiles muy caros.
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