¿Qué es y qué defiende la soberanía alimentaria?
Si queremos definir teóricamente la soberanía alimentaria, estamos perdidos. No es un concepto intelectual, sino de convivencia. Es una propuesta de cambio de paradigma en cuanto al pensamiento. En el caso de los campesinos, significa poder decidir qué tipo de agricultura quieren hacer y, en de los consumidores, qué agricultura queremos apoyar con nuestra alimentación. En los dos casos, estamos hablando de poner por delante del modelo económico otro tipo de valores, como la convivencia, el respeto por la naturaleza y los seres humanos, la solidaridad con los habitantes de otros países. La soberanía alimentaria quiere garantizar salud y nutrición a través de la alimentación y quiere que los pequeños agricultores puedan vivir de su trabajo, lo que incluye una parte económica, pero que no tiene la importancia que se le da desde la visión del capitalismo.
¿Qué es la Vía Campesina y qué reivindica?
Es el punto de encuentro de todos los campesinos y campesinas que reivindican la soberanía alimentaria, y aglutina a más de 200 millones de personas. Pero no es una asociación, ni tampoco un movimiento. En realidad es una pulsación, un corazón, una forma de entender hacia dónde debemos movernos. Su fuerza es mucho más potente que la cantidad de personas que la conforman, porque esas personas están conectadas con vínculos muy fuertes. Nada que ver, por ejemplo, con ser socio del Fútbol Club Barcelona.
En su obra Lo que hay que tragar denuncia las incongruencias e injusticias del sistema agroalimentario global. ¿Cuáles son las mayores perversiones de este modelo?
Nos faltaría tiempo para detallarlas. El modelo agroalimentario dominante tiene la virtud de estar presente en todos los aspectos de la vida para generar malestar y problemas. Es el responsable del hambre. La crisis, en mayúsculas, del planeta es que mil millones de personas pasen hambre y de eso es responsable la industria agroalimentaria. Cuanta más agroindustria, más hambre. Este sistema también es el mayor responsable de los problemas medioambientales del planeta, porque causa más del 50% de las emisiones de CO2 que afectan al calentamiento global. Produce el 80% de lo que ingerimos, y por tanto, es el principal responsable de la salud, cada vez más débil, de los ciudadanos.
Millones de personas muriendo de hambre en un mundo en el que hay sobreproducción de alimentos…
La agroindustria hace de la alimentación un negocio y en ese negocio hay una serie de factores que no cuentan, entre ellos que haya gente muriendo de hambre o que sobren alimentos. Lo que está claro es que ese negocio siempre acaba generando un incremento de las cuentas corrientes de la agroindustria. Cuanta más crisis alimentaria, mayores facturaciones. El 70% de la población que pasa hambre son campesinos. Ellos son las primeras víctimas: tienen que vender sus cosechas muy por debajo de los precios de mercado, les roban las tierras, les quitan el agua, les imponen las semillas…
Sin embargo, algo está cambiando. La agricultura ecológica es un sector emergente, crecen las cooperativas de consumo, los huertos urbanos. Cada vez hay más iniciativas que impulsan un cambio de modelo… ¿Es optimista?
Sí, mucho. Los huertos urbanos, los huertos escolares, el decrecimiento, la recuperación de tierras abandonadas, la autogestión, todo son signos del cambio. Aunque no sé si esto está ocurriendo porque el ser humano es inteligente y solidario, y piensa en el futuro y las generaciones venideras, o porque la situación es tan grave y desesperada que nadie sabe qué hacer y acaba mirando hacia otras propuestas. Pero, sea cual sea la explicación, lo que está claro es que el cambio de paradigma agrícola y de alimentación es un hecho histórico. No es una tendencia anecdótica o una moda pasajera, es una revolución de abajo a arriba, contra las leyes, incluso la de la gravedad. El único factor que no controlamos es el tiempo. No sabemos si nos faltan cinco, diez o treinta años más para hacerlo evidente. Pero no hay vuelta de hoja. Este proceso es imparable, y hay evidencias científicas.
Afirma que es hora de ruralizar la economía y campesinizar el planeta, ¿qué quiere decir con esto?
Hubo un momento histórico en que decidimos que el mundo debía organizarse en ciudades. Pero no podemos perder el contacto con la naturaleza: somos animales. Por mucho que nos inculquen tecnologías, tenemos un ADN rural. Por otra parte, hemos reducido el sector agrario, que es el primario, a un 5% escaso de la economía, y con este modelo, ninguna puede perpetuarse. Hay un proverbio africano, que repito muchas veces, que dice: mucha gente pequeña, en muchos lugares pequeños, cultivarán pequeños huertos que alimentarán el mundo.
¿Se producen en España alimentos suficientes para toda la población?
No. Importamos el 60% de lo que comemos. Tenemos una agricultura capaz de alimentar a la industria alimentaria, pero incapaz de alimentar a las personas. Somos vulnerables alimentariamente. El día que Argentina no quiera exportar soja, aquí no sabremos qué hacer con nuestros ganados. El día en que África recupere su soberanía y no permita que haya barcos armados, barcos piratas, pescando en Somalia, aquí no sabremos qué comer. Comemos porque robamos.
Usted es un gran defensor de los mercados de proximidad y de los alimentos Kilómetro 0. ¿Hemos de apostar más por lo local, aunque carezca del sello de certificación ecológica?
Se ha de apostar por la soberanía alimentaria, por los mercados donde los agricultores puedan marcar los precios y decidir qué venden, y los consumidores tengan también ese poder de decisión. Eso es mucho más fácil de encontrar en un mercado de la tierra o de campesinos que en un Mercadona.
Pero, ¿hay que valorar más la proximidad que la etiqueta que acredita una producción verde?
Todo son instrumentos. Las etiquetas te dan una información y con ella estás ganando soberanía. Para algunos es suficiente, otros querrán saber más. Cuando promocionamos espacios autogestionados y participativos como los mercados, podemos crear una certificación colectiva, basada en la confianza. Uno ha podido visitar el huerto del agricultor, ver cómo trabaja y con eso basta. Pero hay gente que no puede llegar a este modelo y necesita la etiqueta.
¿Qué responde a quienes afirman que los productos ecológicos son elitistas y caros y que los que se venden en el supermercado son mucho más baratos?
Es un tema muy delicado. Todos sabemos que el argumento es falso, porque el precio del supermercado incluye el pago de subvenciones y otras muchas cosas. Lo que me preocupa es que, con los salarios que se están pagando, la gente tiene dificultades para adquirir buenos productos. Tenemos problemas para alimentarnos bien y lo que hacemos es comprar pseudoalimentos. Ese es el drama.
¿Pseudoalimentos? ¿Se refiere a los productos del supermercado?
Sí, esos que son muy baratos y que no se pueden comparar con los verdaderos alimentos. La pregunta debería ser: ¿qué modelo tenemos que no podemos dedicar una parte de nuestro presupuesto a comprar comida? Los pobres tienen que ir a McDonalds a comer hamburguesas. El segundo país con mayor índice de obesidad del mundo es México. Si tienes un euro al día para comer, te vas a McDonalds, donde te dan tres platos y un regalito.
¿Qué deberíamos priorizar a la hora de llenar la cesta de la compra?
Yo diría que no es tanto una cuestión de qué comprar, sino de dónde hacerlo. Hay que huir de los supermercados, de las grandes cadenas de alimentación que controlan el 80% de lo que comemos. Es mejor acabar comprando una hamburguesa Campofrío en el colmado del barrio que en el súper. Aunque mi dinero vaya a los dueños de Campofrío, una parte también está llegando a la señora de la tienda, y mientras ella resista, quizás un día pueda vender fruta de algún agricultor…
Otro de sus libros es Alimentos bajo sospecha ¿Podemos confiar en los organismos oficiales que regulan la salubridad de lo que comemos?
No. Sólo podemos confiar en aquello de lo que somos partícipes. Si me garantizas que mi voz estará presente a la hora de decir quién quiero que mande, quién quiero que controle la agricultura, etc., entonces, adelante. El problema es que lo que tenemos son unas oficinas parapetadas, controladas por la industria. No sé qué deciden, ni cómo, ni por qué y, por tanto, no me puedo fiar. Hay demasiadas evidencias de que hacemos bien en no fiarnos.
Se acaban de cumplir dos años del 15-M, ¿cuál es su valoración del movimiento y su evolución?
El 15-M fue un punto de inflexión. La energía acumulada a lo largo de muchos años, la indignación, las propuestas alternativas para pensar otro mundo... todo explotó. Pero, como se sabe, la energía ni se crea ni se destruye, y hoy aquella energía es parte de muchas pequeñas cosas que se están haciendo. Sin el 15-M no existirían la plataforma contra los desahucios, ni los escraches. Ni habríamos avanzado en agricología todo lo que hemos avanzado.
Sin lavarse las manos, otra de sus obras, es una selección de cuentos-protesta, un compendio de recetas para la desobediencia civil ¿Somos demasiado obedientes?
Sí. Los cuentos normalmente son para dormir y estos son para despertar. Hay que desobedecer las leyes, el sistema, y sobre todo, a aquellos que nos dicen que esto no es posible.
¿Qué es peor, el miedo o la comodidad?
El miedo. Es el último mecanismo que le queda al capitalismo para mantenerse en su apogeo. Nos arrinconan, nos meten miedo para que no hagamos nada. Ese es el arma del capitalismo.
¿Cree que hemos aprendido algo, como sociedad, de la crisis en la que estamos inmersos?
Sí. Rotundamente. Se ha desnudado a quienes mandan en el mundo. Les hemos visto los cuernos a la plutocracia, a los banqueros, a los políticos corruptos, a los grandes empresarios. Creo que somos conscientes de que el cambio requiere un compromiso individual y colectivo. Estamos aprendiendo, pero aún tenemos que hacernos una pregunta: ¿queremos que las cosas vuelvan a ser como antes de la crisis? ¿Seguimos pensando que antes se vivía mejor? Hace cinco años no había tantos parados, pero mucha gente moría de hambre y nos estábamos cargando el planeta. Tenemos que construir algo diferente. No queramos tener todos dos motos y tres coches en Benidorm.
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