Pese a su aspecto imponente, que los asemeja a murallas impenetrables, los ecosistemas montañosos, grandes santuarios de diversidad biológica que ocupan aproximadamente la quinta parte de las tierras emergidas del planeta, tienen unos frágiles cimientos, como suelos menos fértiles que los de las tierras bajas y laderas empinadas más expuestas a la erosión, que los ponen en peligro.
“Los suelos de montaña son particularmente susceptibles a los efectos del cambio climático, la deforestación, las prácticas agrícolas no sostenibles y los métodos de extracción de recursos, factores que afectan a su fertilidad, provocan la degradación de la tierra, desertificación y desastres como inundaciones y avalanchas, lo que conduce a la pobreza”, alerta el director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), José Graziano da Silva, en el prólogo del último trabajo del organismo internacional sobre la cuestión.
Las tierras altas suelen ser menos fértiles, y sus laderas más expuestas a la erosión
En el libro Understanding Mountain Soils (Comprendiendo los suelos de montaña), publicado por la FAO junto con la secretaría de la Alianza para las Montañas, la Alianza Mundial por el Suelo y la Universidad de Turín (Italia), se describen las principales características de los suelos montañosos mediante una serie de estudios sobre estos ecosistemas realizados por todo el mundo. El objetivo es concienciar a la población sobre la importancia de preservar este muchas veces ignorado recurso natural y difundir prácticas sostenibles con motivo del Año Internacional de los Suelos 2015, declarado por las Naciones Unidas.
El suelo –compuesto de minerales (45%), agua (25%), aire (25%) y materia orgánica (5%)– es fundamental para la supervivencia de nuestra especie, pues es el hogar de nutrientes y microorganismos que hacen posible la vida vegetal, y con ella, la agricultura y la ganadería. El 95% de nuestra comida depende de él.
Además, los suelos proporcionan agua a más de la mitad de la población mundial –agua que también sirve para generar energía hidroeléctrica, sobre todo en los valles– y garantizan la seguridad alimentaria de las cerca de mil millones de personas que viven en ellos y en las tierras bajas cercanas.
Sin embargo, el 33% de los suelos del planeta están seriamente degradados y cada año se pierden cerca de 50.000 kilómetros cuadrados de terreno fértil.
En los ecosistemas montañosos, que se encuentran en todos los continentes y a muy distintas altitudes, se desarrolla un amplio abanico de actividades humanas que van desde el cultivo de la quinua en los Andes a la recolección de plantas medicinales en la cordillera del Pamir en Tayikistán, pasando por los deportes de invierno tan masificados en los Pirineos o los Alpes.
Almacenamiento de carbono
El valor económico, social y ambiental de los suelos montañosos puede resultar más comprensible si pensamos en la capacidad de almacenamiento de carbono de la ventosa costa escocesa y las inusuales turberas del país surafricano de Lesoto o en la viabilidad de la agricultura itinerante en las colinas de Chittagong de Bangladesh, donde los habitantes han incrementado con este procedimiento su seguridad alimentaria.
“Con nuestro último informe pretendemos promover la gestión sostenible de los suelos de montaña en nombre de los pueblos montañeses, que a menudo son marginados, excluidos de los procesos de toma de decisiones y programas de desarrollo, y cada vez más afectados por los desastres relacionados con el suelo”, escribe Ermanno Zanini, experto en glaciares y riesgos naturales y profesor de la universidad turinesa.
El libro recoge soluciones y técnicas, prácticas indígenas, conocimientos y enfoques de gestión sostenible de los suelos, así como estrategias que pueden llevar a las comunidades locales a implementar mejores modelos de gestión de la tierra porque “la relación de los pueblos de montaña con su suelo está profundamente arraigada en su patrimonio cultural y, a lo largo de los siglos, se han desarrollado soluciones y técnicas que han demostrado ser una clave para la resiliencia", según Thomas Hofer, coordinador de la secretaría de la Alianza para las Montañas, quien recuerda la importancia de dar más poder de decisión a las poblaciones que viven en dichas zonas.
Mitigar el cambio climático y adaptarse a sus efectos, a los que las regiones montañosas son precisamente más vulnerables, es precisamente lo que consiguen las pequeñas familias de agricultores que cultivan café bajo cubierta forestal en el Parque Nacional de Santa Fé (Panamá), perteneciente al Corredor Biológico Mesoamericano. Tal y como detalla el promotor en el país centroamericano de la campaña mundial Desarrollando Ciudades Resilientes: ¡Mi ciudad se está preparando!, Alberto Pascual, “las técnicas que los agricultores familiares han implementado para el café bajo sombra han reducido la erosión del suelo y la pérdida de nutrientes, respetando al mismo tiempo la cobertura del suelo, los árboles y sus sistemas de raíces extensas, que son elementos clave para la agricultura de conservación y mejora de los suelos en las montañas”.
El sobrepastoreo y los deportes de invierno son dos de las causas del problema
En el oeste de México, se ha luchado con éxito contra el sobrepastoreo con la promoción del cultivo de agave, mientras que, en el sur de India, la disminución del número de ganaderos, debido sobre todo a la normativa que les niega el acceso a los bosques, ha obligado a los campesinos locales a utilizar más productos químicos en sus campos. Consecuentemente, las especies invasoras han empezado a reemplazar a la flora y los pastos nativos, y ha aumentado la caza furtiva en las zonas forestales. Se trata de una situación que malogra la fructuosa relación entre un ecosistema complejo y los seres humanos.
La enorme popularidad de los deportes de invierno en los ecosistemas alpinos también está dejando una negativa huella en sus suelos. La construcción de las infraestructuras necesarias en las estaciones, así como la fabricación de nieve artificial que muchas veces se necesita para atender la demanda de pistas por parte de los esquiadores (el calentamiento global está reduciendo la frecuencia y volumen de las nevadas) afectan a los nutrientes del suelo y al futuro crecimiento de las plantas, lo que conlleva la pérdida de biodiversidad y cambios en la estructura del terreno.
"Los beneficios de los suelos sanos de montaña van más allá de las zonas montañosas y contribuyen al bienestar del mundo en general", sentencia Ronald Vargas, uno de los expertos de suelos de la FAO. Por ello, ahora más que nunca se precisa de su conservación.
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