Cada martes y jueves a las cinco de la tarde, una veintena de internos del Centro Penitenciario de Córdoba cruza las cinco puertas que separan sus celdas de la isla verde que crece entre los altos muros de la prisión. Acuden a su cita con las verduras y hortalizas que cultivan de forma ecológica entre un paisaje de hormigón y alambradas de espino. Durante dos horas, cavan, plantan, riegan, charlan, toman el sol y se olvidan por completo de su reclusión.
La prisión de Córdoba fue pionera en España en su compromiso con la educación medioambiental como vía de transformación e inserción social, que se remonta al año 2000. Fue la primera en introducir ciclos formativos verdes y en la creación de un espacio permanente de convivencia e interacción desde el que fomentar un nuevo estilo de vida en contacto con la tierra.
En 2006, gracias al respaldo de la Diputación Provincial, la iniciativa, bautizada con el nombre de Aula de Naturaleza, dio el salto y se convirtió en el proyecto CEPEL (Hacia un proceso de Centros Penitenciaros Ecológicos). Su vocación era extenderse a las 12 cárceles andaluzas e implantar en ellas las mismas políticas ambientales que se estaban aplicando en el resto del territorio autonómico. Sin embargo, la propuesta nunca llegó a traspasar los muros de la prisión cordobesa.
En 2007, los Ministerios de Medio Ambiente e Interior, a través de la Fundación Biodiversidad, el Organismo Autónomo Parques Nacionales y el Organismo Autónomo Trabajo Penitenciario y Formación para el Empleo, lanzaron el proyecto Oxígeno. Su objetivo volvía a ser hacer del medio ambiente una herramienta formativa que permitiera a quienes cumplen condena aprender una profesión y cubrir las vacantes que ofrecen los nuevos yacimientos de empleo del sector. Seis cárceles incorporaron el programa, pero sólo dos lo mantienen activo. Son las de Alcalá-Meco y Navalcarnero, en la Comunidad de Madrid.
Un huerto donde sentirse libres
Situada junto a la autovía que une Madrid con Cádiz, en el kilómetro 391, la prisión de Córdoba es una inmensa mole de cemento y hormigón en la que conviven 1.800 presos y presas. Fue construida en el año 2000 y, casi desde su inauguración, Acción Ecologista Guadalquivir inició su programa para introducir fragmentos de naturaleza entre sus muros.
Dentro del programa de educación ambiental que desarrolla, destaca el huerto ecológico, ubicado en una zona de la cárcel donde se proyectaba levantar un módulo de mujeres y niños que nunca se construyó. "Tuvieron que entrar más de 100 camiones de grava y tierra fértil para sepultar la plancha de hormigón que pavimentaba el suelo y salvar los problemas de drenaje" recuerda Bartolomé Olivares, el alma del proyecto.
La isla verde de la prisión ocupa hoy seis mil metros cuadrados y, además de una parcela de casi dos mil dedicada a la producción hortícola de invierno, hay un vivero de plantas forestales y ornamentales y una granja donde se crían conejos, gallinas, pavos y gansos.
Los internos trabajan, aprenden y se relacionan en este espacio vivo y cambiante, donde antes sólo existía la nada. "Cuando están en el huerto son mucho más felices que cuando están en el patio de los módulos", apunta Francisco José Gamero, que ha impartido tres cursos de Formación Profesional en el recinto. "Les da salud y mayor fuerza psicológica para luchar cada día en un ambiente hostil. Olvidan que son presos y viven momentos de crecimiento personal, pues aprenden no sólo de plantas, sino a relacionarse de forma más humana y a acabar proyectos que inician. Normalmente, en su vida, lo dejan todo a medias", señala Gamero.
El malagueño José Luis Jiménez cumple su segunda condena en el módulo 2 de la cárcel. "El huerto me aporta tranquilidad", declara. "Doy las gracias por poder participar en una actividad al aire libre y aprender algo que no había hecho nunca. De momento estoy centrado en mi proceso y no sé si en el futuro me dedicaré a la agricultura, pero lo que gane aquí es lo que me voy a llevar el día de mañana".
Para Bartolomé Olivares lo que la población reclusa recibe "va mucho más allá de una formación con vistas a una futura reinserción laboral. Entienden que su contribución es importante. Se sienten útiles y dignos como personas", afirma.
Formación y terapia
Son más de un centenar los reos y reas que actualmente participan en alguna de las actividades que organiza el Aula de Naturaleza de la prisión de Córdoba. Alrededor de una veintena asisten a los módulos de Formación Profesional Ocupacional para ser horticultores, jardineros o viveristas. Se trata de cursos de cuatro meses impartidos por monitores especialistas y brindan una acreditación oficial. Además de aprender las nociones teóricas de estas disciplinas, el 60% de la formación consiste en llevar a la práctica lo aprendido en los diversos espacios que se han creado en la cárcel, entre ellos, por supuesto, el huerto.
El recinto donde se cultivan todo tipo de hortalizas es un verdadero imán para el resto de internos. Uno de los colectivos que más lo aprovecha es el formado por los miembros del proyecto Hombre: internas y, sobre todo, internos dispuestos a superar su adicción a las drogas entre azadas, zanjas y acebuches.
El huerto también recibe la visita de quienes acuden a sesiones puntuales no formativas y sirve de bálsamo excepcional para los enfermos del Módulo Terapéutico. "Las cárceles se han convertido en los nuevos psiquiátricos", denuncia Bartolomé Olivares, "con el agravante de que aquí no hay recursos para terapias y las condiciones de atención son escasas. Esta gente no debería estar aquí. Sólo unos pocos salen alguna vez de su habitación y simplemente ver crecer las plantas ya mejora su estado emocional y su afectividad", comenta el ecologista.
El huerto es el laboratorio donde se experimenta lo que muchas veces comienza en el Aula de Sensibilización Ambiental, donde los internos pueden asistir cada semana a charlas, ponencias y debates con enfoques muy variados, impartidos de forma altruista por profesores de la Universidad de Córdoba.
Fernando Lara es uno de ellos. Para este docente de Economía Aplicada, vicedecano de Ordenación Académica de la Facultad de Ciencias del Trabajo, explicar a los reclusos el valor económico del medio ambiente o la importancia del desarrollo sostenible es una experiencia "muy enriquecedora y gratificante". "Entrar en un centro penitenciario y tratar con personas privadas de libertad hace reflexionar", asegura. "Los internos son muy conscientes del esfuerzo que hacemos y son muy agradecidos. Siguen las sesiones con mucha atención; participan, opinan, debaten y plantean preguntas que a veces llaman la atención por su profundidad" explica.
"La mayoría de nuestros colaboradores, la primera vez que vienen, tienen miedo", apunta Bartolomé Olivares. "Los medios han proyectado una imagen de las prisiones muy alejada de la realidad. Luego se sorprenden de encontrarse con alumnos que muestran mucho respeto y dedicación".
Para Lara, vinculado al proyecto desde sus inicios, este tipo de iniciativas generan un rendimiento social y personal muy superior al coste de mantenerlos. "Son una gran inversión, porque crean conciencia", concluye.
"Para que la inserción sea posible", añade Olivares, "la sociedad tiene que participar de la vida penitenciaria y al revés. De lo contrario, los internos salen estigmatizados y vayan donde vayan serán siempre presos. El huerto y el Aula de Naturaleza cambian su visión de lo que son. Les descubren que al menos una parte de la sociedad está dispuesta a tenderles la mano".
Humanizar el paisaje
Desde 2011, además del huerto, las charlas y los cursos, el Centro Penitenciario de Córdoba ha incorporado en su programa de educación ambiental acciones de voluntariado. La más reciente ha sido la reforestación de una franja alrededor de la prisión de un kilómetro y medio en la que se han plantado las semillas de un cinturón verde que algún día llenará de vida y oxígeno el bloque de cemento que se erige junto a la autovía que une Madrid con Cádiz.
Los internos han plantado ya 1.700 árboles y arbustos, entre álamos, encinas y otras especies de flora mediterránea. Los costes han sido sufragados por la Fundación Biodiversidad, dentro de su programa Acción de Voluntariado. "Buscábamos recuperar una zona de dehesa, mejorar la calidad de vida de los internos, que en verano pasan mucho calor, y al mismo tiempo, suavizar el impacto visual de la cárcel, dándole una imagen más humanizada a este espacio", cuenta el coordinador del Aula de Naturaleza, Bartolomé Olivares.
Además de impulsar la recuperación de un paisaje degradado con la participación de la población reclusa, la iniciativa busca también la complicidad de los funcionarios de prisiones, a quienes se anima a adoptar un árbol.
El proyecto Oxígeno
"Hemos comprobado que el fomento de conductas a través de la educación ambiental y la comprensión de la naturaleza repercute directamente sobre la personalidad de los internos y su dinámica de comportamiento", explica el coordinador de Acción Ecologista Guadalquivir, Bartolomé Olivares. Su opinión es compartida al cien por cien por Esther Arévalo, coordinadora del proyecto Oxígeno, una iniciativa de la Fundación Biodiversidad dirigida a los centros penitenciarios que persigue rescatar los valores de la naturaleza en beneficio de la persona.
El programa, que está gestionado en la actualidad por la Asociación Tomillo, aúna la formación y la orientación laboral con el desarrollo personal, charlas de concienciación ambiental y salidas a espacios naturales.
"El cambio que se produce en la mayoría de los participantes a lo largo del desarrollo del proyecto es sorprendente en cuanto a su evolución personal, cambio de roles, incremento de la autoestima, reconocimiento de capacidades, etc." asegura Arévalo.
Desde su implantación, hace seis años, cerca de 420 internos de seis prisiones (Algeciras, Mallorca, Segovia, Aranjuez, Navalcarnero y Alcalá-Meco) han participado en alguno de los módulos de formación ocupacional que dan acceso a los títulos de Trabajador Forestal y Jardinería.
Actualmente, el proyecto Oxígeno sólo se imparte en el Centro Penitenciario de Navalcarnero y en el de Alcalá-Meco Mujeres y sus destinatarios son reclusos en las últimas fases de condena, ya que la última parte del proyecto se lleva a cabo cuando el interno abandona el centro, en cuyo momento tiene acceso al Servicio de Orientación e Intermediación Laboral de la Asociación Tomillo.