Cristian y Pancho, de 44 y 35 años respectivamente, atienden un mini-market en Magaluf. Provienen de Tigre y Mar del Plata, en Argentina, y trabajan en este rincón de Mallorca, donde los carteles están mayoritariamente en inglés y alemán. Al establecimiento acuden, principalmente, extranjeros de vacaciones. La mayoría son parejas de cierta edad y algún viajero solitario. Los clientes de los hoteles que colonizan la zona no suelen acercarse.
“Con el ‘todo incluido’, no salen a comprar nada. Es lo que está cagando la isla”, lamentan. A pesar de que el número de turistas no para de crecer año tras año, a ellos solo les repercute negativamente. “Además, todos los santos días hay trifulcas. Nosotros también nos hemos emborrachado, pero no hemos hecho boludeces como el ‘balconing”, exclaman. El éxito, resumen, ha matado este paraíso mediterráneo de mar, montaña y cultura.
Opiniones como las suyas empiezan a proliferar en muchas partes de España. Hace un par de años, por ejemplo, despertamos con el término ‘turismofobia’ en boca de analistas y medios de comunicación. Actos vandálicos y protestas en contra de los visitantes foráneos aparecieron en ciudades como Barcelona o Madrid. Estos hechos puntuales -elevados casi a la categoría de revuelta por los informativos- sacaban a la luz los efectos del turismo de masas para los residentes: en lugar de una bonanza económica, su afluencia supone una merma en la calidad de vida. Pisos más caros, cascos históricos sin más comercios que los de ‘souvenirs’ o las franquicias de turno y una mayor precarización del empleo son algunas de las razones que aportan los detractores de uno de los principales sectores de la economía hispana.
Harían falta 14 'mallorcas' para generar los recursos que se consumen
Todas ellas se sufren en Mallorca, desde donde despotrican Cristian y Pancho. En esta isla balear se ha pasado de encabezar el ranquin de mayor renta per cápita en el territorio nacional a situarse en séptimo lugar en menos de una década. A pesar de los 12 millones de turistas que recibió en 2018 (creciendo un 2,73% con respecto al año anterior).
Por eso, hasta David Díaz se enfada cuando habla de los jóvenes que van a Magaluf. Este DJ -que pincha en discotecas como Panama Jack, en plena avenida principal- asegura que “los locales se llenan, pero los clientes ya llegan aquí borrachos y apenas consumen”. “Es un desmadre. El problema es la barra libre de los hoteles. Antes por lo menos desayunaban o comían por ahí”, concede en medio de una bakery (panadería, con el rótulo en inglés), de un McDonald's y del pub Britannia. Pasean justo por esta calle Sally, Trisna y Claire, inglesas de 19 años que están pasando una semana con vuelos, hotel y comidas por unos 500 euros. “La playa está muy bien y el sitio es agradable”, comentan lacónicas.
La situación del archipiélago, donde se reproducen los mismos problemas desde Ibiza hasta Menorca, ya ha pasado de las quejas ciudadanas a la agenda política. El aluvión de visitantes está a punto de colapsar los recursos de la isla o, peor aún, podría protagonizar un giro inesperado: de naturaleza caprichosa, el turismo vira en un momento hacia otro lugar en cuanto este ya no resulte interesante o se le antoje caro o incómodo.
Así lo creen los responsables del documental Overbooking, rodado en la isla durante 23 meses con un presupuesto de 60.000 euros. La película bucea en las consecuencias del turismo de masas de playa y fiesta y expone un crisol de puntos de vista que incluyen los de trabajadoras de hotel, los residentes más longevos o actores políticos. A partir de su estreno, el 25 de enero, ha cosechado más de 7.000 espectadores y el respaldo de la crítica, síntoma de que el tema no es residual, sino que preocupa a los 895.000 habitantes de Mallorca.
Pérdida de calidad de vida
Esta masificación, coinciden los responsables, ya no es algo temporal o anecdótico, sino un factor que condiciona la vida diaria de los habitantes. La imposibilidad de atravesar un pueblo de montaña en determinados meses del año o de encontrar una vivienda asequible por el auge de las plataformas de alquiler turístico son algunas de las consecuencias palpables de este fenómeno. Álex Dioscórides, director de la película, cree que la clave es la pérdida de calidad de vida. “Mallorca siempre ha sido un foco de turismo, pero estaba más localizado. Ahora se ha extendido a todo el territorio y como residente encuentras muchas trabas y pocos beneficios”, reflexiona. “Eso quiere decir que está fallando el modelo”, concluye.
Se aportan cifras a lo largo del metraje que justifican esta conclusión: apenas un 2% de la energía que se utiliza es renovable. Siguiendo este ritmo, harían falta 14 ‘mallorcas’ para proveer de recursos naturales –agua o espacio, por ejemplo- a tanto huésped pasajero. Y un estudio del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales de la Universidad Autónoma de Barcelona del año pasado contabilizó hasta 400.000 residuos diarios en sus playas, en su mayoría plásticos o colillas.
En suma: el turismo destruye el medio ambiente y ni siquiera aporta ese maná económico que enarbolan quienes lo defienden. “La queja ya no solo viene de asociaciones ecologistas, sino del mundo empresarial y de los vecinos, que ven cómo se precarizan sus condiciones laborales o se limitan sus opciones de futuro”, señala el cineasta, que enumera cómo la provincia encabeza además las listas de fracaso escolar o de productos importados debido a la pérdida de producción autóctona.
En los últimos 60 años se ha urbanizado el equivalente de una hectárea al día
“No hemos querido hacer un documental ‘turismofóbico’ ni ‘turismofílico”, explica Joe Holles, el productor. “Veíamos que la gente hablaba mucho del asunto, pero que no se generaba debate”, sostiene, “y estamos contentos porque ha quedado muy inclusivo, sin caer en la crítica radical, sino en la búsqueda de consenso”. Overbooking plantea la necesidad de pensar hacia dónde se dirige una humanidad de mentalidad cortoplacista, caprichosa. “Mallorca fue pionera en el turismo internacional y puede serlo en las soluciones a lo que este ha acarreado”, observa Holles. Se respalda en las medidas recientes del ejecutivo autonómico (fue el primero de España que prohibió las viviendas turísticas de webs como AirBNB) o en las más de 45 entrevistas realizadas.
Una de ellas es la de Jaume Adrover, portavoz de Terraferida (tierra herida, en catalán), plataforma que denuncia los abusos de este fenómeno. “En los últimos 60 años, sobre todo gracias al turismo, se ha urbanizado una hectárea al día. Es una cifra extraordinaria”, argumenta. “Si en el año 2000 ya estábamos preocupados por lo que había, en estos 20 se ha doblado, pero la isla sigue siendo la misma, no ha crecido. Es decir: la amenaza es impresionante”, advierte Carlos García-Delgado, arquitecto e ingeniero industrial. “Es verdad que ha traído bienestar y empleo, pero de la misma manera ahora se está cargando ese bienestar y ese trabajo”, añade, cuando el paro se situaba en un 8,97% el pasado mes de mayo.“Hablamos de una enorme presión humana sobre un territorio pequeño”, apoya por su parte el sociólogo Antonio Tabarini.
Miembros del gobierno anterior (del PP) o portavoces de grupos hoteleros discuten la criminalización de los empresarios o defienden las grandes cantidades de dinero que deja el turismo de lujo, pero suele repetirse la misma impresión: es preciso un control. Una mínima planificación que no se llevó a cabo en los sesenta, cuando empezó el boom turístico.
En el metraje hay grandes ausencias. “No quisieron participar los responsables de las dos grandes puertas de entrada a la isla, Autoridad Portuaria y AENA, ni los cuatro principales grupos hoteleros”, revela el coguionista Luis Ansorena. “Su papel repercute de forma crucial y nos hubiera encantado entender por qué toman según qué decisiones, como apostar por el turismo de cruceros o aumentar el número de vuelos”, añade. Queda claro, sin embargo, que el ejemplo de Mallorca puede ser un faro para tantos otros destinos parecidos del Mediterráneo, el Caribe o el Índico. Para lo malo y para lo bueno, aunque ni Cristian ni Pancho se muestren especialmente optimistas. “Mientras siga dándoles dinero a los que mandan, no se acabará”, zanjan la discusión.