Un inmueble de 1919 nos recibe a pocos metros del mar. La fachada, decorada con azulejos y plagada de grietas, aloja una vivienda de pescadores de dos plantas, pensadas para amontonar redes, nasas, boyas y demás artes del oficio. Pero ya nadie almacena en él estos utensilios. Desde hace un año, una pareja lo ha reformado y lo ha convertido en lo que llaman La Casa del Oso, puerta de entrada al proyecto que pretende revitalizar un entorno urbano degradado mediante un huerto en un descampado de un barrio abandonado, El Cabanyal.
El Cabanyal-Canyamelar se halla en la fachada litoral de la ciudad de Valencia y la pareja la forman Chus Pagán y Silvia Sánchez, de 39 y 33 años respectivamente. Murcianos afincados aquí desde hace años, intentan, junto al oriundo César Pérez, de 52 años, que la iniciativa Cabanyal Horta Km 0 no sea un huerto urbano más, sino un ejemplo de cómo la reconstrucción de los espacios urbanos comienza por alguno de sus rincones, implicando poco a poco a todo el ámbito vecinal, sin ayuda institucional ni una organización responsable como tal.
En 2001 se aprobó un plan para derribar 1.600 casas que no se ha llevado a cabo
Para ponernos en contexto, El Cabanyal, con 20.500 vecinos dentro de una población de 790.000 en toda Valencia, ha sido el objetivo del Ayuntamiento -presidido por la hoy imputada por corrupción Rita Barberá- desde hace 20 años. Su proximidad a la playa de La Malvarrosa lo hace especialmente atractivo. En 2001 se aprobó un plan para derribar 1.600 casas con el fin de alargar una avenida (la de Blasco Ibáñez, arteria universitaria) hasta el mar. Al estar considerado Bien de Interés Cultural (BIC) y tras recibir muchas voces en contra, el proyecto fue paralizado por el Ministerio de Cultura en 2010.
Tres lustros más tarde, las obras de prolongación de la avenida no se han llevado a cabo. Pero por parte de las administraciones sí se ha dejado de lado un barrio que se quiere hacer desaparecer: no hay obras ni mantenimiento de ningún tipo y el barrio está cada día más vacío y degradado. Son los resultados de una estrategia que trata de empujar encubiertamente a la gente a marcharse ante la falta de servicios.
Según un informe del Ayuntamiento, la población de El Cabanyal ha descendido un 21% en tres décadas y la tasa de paro alcanza en el barrio el 38%. La imparable decadencia lo ha condenado a la marginalidad y el tráfico de drogas. De hecho, pegado a la hectárea de descampado donde han montado los semilleros y los sembrados se alza el famoso bloque Portuario, con 168 viviendas y un 80% de ocupación ilegal.
No se desaprovecha nada
"Nuestra idea es que el huerto sea un espacio educativo, de integración de los vecinos y un modelo para reanimar la actividad de los barrios", comenta César Pérez mientras muestra a EcoAvant.com las lozanas coles, lechugas, cebollas y ristras de ajos que da la tierra. Para poder cultivar en el solar, denominado El Clot (el agujero), primero tuvieron que retirar 10.000 kilos de escombros y residuos de todo tipo, allanar el terreno y localizar un pozo.
Mientras, acondicionaron la casa con un sillón, una cocina y unas mesas y la vivienda de pescadores acoge ahora jornadas de agricultura, conciertos o proyecciones de películas para quien esté interesado. El alquiler sumado a los gastos del trabajo agrícola, suma ya 10.000 euros invertidos en el proyecto. Hace unas semanas, la Universidad de Valencia les reconoció el esfuerzo y concedió un premio dotado con 2.500 euros, que pretenden destinar a adquirir nuevo material.
La falta de inversiones públicas busca empujar a los vecinos a marcharse de la zona
"Esto no es solo un grupo de consumo, es una iniciativa de recuperación de espacios públicos: en vez de una avenida de cemento y asfalto, ahora hay un huerto", afirma Pagán, que destaca que "todo se ha autofinanciado, desde las baldosas hasta los palés". A su lado, Julio García Camarero, ingeniero agrónomo jubilado y autor de cuatro libros sobre el decrecimiento, alaba que "aquí no se desperdicia nada, el consumo de bienes nuevos es nulo y la contaminación, indetectable".
Igual que aquí, muchos otros denominados vacíos urbanos se han transformado en un espacio social. Ha pasado en unas antiguas naves industriales de Bilbao, en los esqueletos que dejó en tantas ciudades la burbuja inmobiliaria o en los solares en espera de promotor.
En El Cabanyal, los vecinos temen la gentrificación, un término actualmente en boga que se refiere al cambio en los usos sociales de un barrio, que pasaría de popular a elitista: "Esto era un pueblo con identidad propia que la ha ido perdiendo por culpa del abandono. La táctica ha sido degradarlo lentamente para que se quedara vacío o comprar los pisos por muy bajo precio y así especular. Ya hay oferta de pisos de lujo que están comprando sobre todo inversores rusos", expone Pérez.
El empeño de los tres protagonistas, que cuentan con el apoyo de un colectivo habitual de unas 60 personas, es que El Clot sea de todos. "Hemos puesto a disposición espacios para que cada uno plante lo que quiera; hemos montado columpios para que los chavales del barrio jueguen aquí y no vayan por zonas menos aconsejables [durante la limpieza del suelo recogieron centenares de cucharas y alguna jeringuilla abandonados por consumidores de drogas] y hemos conseguido que tres colegios organicen talleres aquí, contemplando en vivo lo que ha sido una tradición que desaparece", revelan.
"Eso sí: a El Cabanyal vinimos pobres y de él nos iremos pobres", sonríen desde unos asientos con una pizarra en la que está escrito "Agroecología para enfriar el planeta". Solos o en grupo, para pasar el rato o por echar un cable, en un apretado hueco en el horario o con tiempo por delante, numerosas personas se acercan a este lugar sin vallas ni puertas a lo largo de la mañana. A este espacio que desde aquel lejano 1919 de la fachada ha visto pasar la vida bulliciosa de un barrio pescador, posteriormente el silencio del abandono y ahora un renacer gracias a un huerto que no solo genera frutos en las ramas de sus cultivos, sino también en el alma de la ciudad.
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