¿Cómo se vinculan el feminismo y la ecología para dar lugar al ecofeminismo?
Se relacionan entre sí cuando pensamos en lo que somos las personas y en lo qué significa sostener la vida humana. Y en cómo dependemos de la naturaleza. Todo lo que producimos y nos hace falta para satisfacer nuestras necesidades procede de ella. A su vez, los seres humanos estamos encarnados en cuerpos vulnerables, finitos, que nacen y mueren, y que por ello tienen que ser cuidados a lo largo de toda su existencia. Quienes esencialmente se han encargado de estos cuidados hemos sido y somos las mujeres. Y no porque estemos programadas genéticamente para hacerlo, sino porque tenemos sociedades patriarcales que nos asignan, de forma no libre, esas tareas. Nos damos cuenta de que la cultura, la economía y la política están funcionando de espaldas a esta dependencia, invisibilizando lo que nos aporta la naturaleza y las tareas que llevan a cabo históricamente las mujeres y dejando de lado unos espacios que les parecen menos valiosos porque no están consignados en las cuentas económicas del sistema.
Suele decir que hemos convertido el dinero en nuestra religión civil...
Nuestra cultura occidental arrastra un pecado original que viene de lejos. Es una cultura muy dual que ha construido una especie de muro entre los seres humanos y el resto del mundo vivo. Somos una especie que –desde el pensamiento clásico de griegos y romanos– ha aprendido a mirar el mundo desde la exterioridad, desde la superioridad y desde la instrumentalidad. Pero hay un momento en que una triple palanca acelera todo esto: la utilización de energía fósil, la tecnociencia y, sobre todo, el capitalismo, que reduce todo concepto de valor al precio. Razonamos en términos monetarios, hasta en lo que se refiere al bienestar. Eso ha creado una lógica particular: interiorizamos que a agua, alimentos o vivienda, lo que necesitamos para vivir, hay que sacarles un rendimiento económico.
En ese contexto, ¿qué significa tener una vida satisfactoria?
Cuando desde el ecofeminismo ponemos la vida en el centro, como prioridad, estamos hablando de que las personas –todas, no solo unas pocas– deben ser capaces de satisfacer sus necesidades para vivir. Hablamos de necesidad de alimento o de refugio, pero también de relaciones, de cuidados, de tener una capacidad de influencia en el entorno, etcétera. Todas estas necesidades hay que ponerlas en valor y a la vez ser conscientes de que tenemos un planeta con límites físicos. El principio de subsistencia en lo material es clave, porque no es posible garantizar una óptima calidad de vida si una parte acumula muchos más bienes de los necesarios e impide que todos puedan vivir. Y hay que valorar que este planeta con límites físicos lo compartimos con el resto del mundo vivo: especies animales y vegetales o microorganismos que tienen derecho por sí mismos a la vida, sin olvidar que, de no ser por ellos, tampoco existiríamos nosotros.
¿Eso justifica la necesidad del decrecimiento, al que alude a menudo?
Entiendo el término decrecimiento dentro de la esfera material de la economía, es decir, decrecimiento en la cantidad de petróleo, en la generación de gases de efecto invernadero y de residuos o en lo que tenga que ver con la explotación de la naturaleza. Partiendo de eso, la economía va a tener que funcionar con menos recursos, es un hecho. Y hay que elegir entre cuánto queremos tener a costa de que otra gente se quede sin nada o si queremos hacerlo de forma más equitativa. Las mayorías sociales están muy desinformadas. Creemos que la economía podrá crecer siempre y que alguien se inventará algo para solucionar los problemas que a veces crea la propia tecnología. Somos incapaces de organizarnos para pedir cambios y, progresivamente, van aumentando la desigualdad o la exclusión.
¿Incluye el decrecimiento la vuelta a lo local y a la comida de temporada?
Claramente. El replanteamiento de la economía tiene que ver con la sostenibilidad, tanto del modelo alimentario como de la movilidad. Comemos cosas de lugares muy lejanos y tiramos cantidades ingentes de comida: ¡es un escándalo! Por tanto, volver a la producción de alimentos lo más cerca posible y acorde a la temporada en que se puede producir es una necesidad. Esto implica aprender a comer bajo estas premisas. Por ejemplo, es una locura implantar un cultivo de regadío en tierras de secano, como se ha hecho tan a menudo en nuestro país. Y más cuando aquí, debido al cambio climático, tenemos y tendremos un problema de desertificación importante. Necesitamos adaptarnos urgentemente a las condiciones físicas de nuestro territorio.
¿Cómo se relaciona la ecología con la política?
La política es, o debiera ser, el conjunto de reglas que permiten organizar la vida en común. Y tiene que ser consciente de que esa vida en común se desarrolla en un territorio concreto, con unos recursos concretos y una disponibilidad de energía concreta. Y que no es posible repartirlos de forma equitativa si se hace una política en función del dinero y no del territorio y de los tiempos. Tendría que centrarse en cómo se organizan los mismos para lograr una producción y una reproducción humana aceptables. Es un verdadero drama que la política y la economía hayan cortado el cordón umbilical con la vida y con los cuerpos.
¿Y quién es más responsable, la política o la macroeconomía?
Son dos cosas indisociables. La política local intenta gestionar unos bienes y unos recursos en un contexto determinado, con unas reglas que deben organizar y poner límites. No es que la economía esté por encima de ella o que la política se supedite a la economía: es que a veces son lo mismo. Lo vemos claramente en las puertas giratorias. Consejeros delegados de empresas de energía pasan a ser ministros, y viceversa. Y lo vemos tan a menudo porque vivimos en un modelo que se rige por la libertad de aspirar a tener todo lo que se quiera tener, independientemente de las personas, los recursos o la moral.
El Observatorio de la Sostenibilidad acaba de publicar que hay ciudades españolas cuya temperatura media ha aumentado 2 grados centígrados en los últimos años. ¿Influye el calentamiento global en la aparición de conflictos?
Sí, los conflictos tienen que ver con el clima y con el agotamiento de recursos naturales. Todas las guerras, formales o no formales, están relacionadas con eso: los casos de Libia, Siria, Venezuela, Colombia… tienen detrás este factor. Y es difícil comprender el conflicto árabe-israelí sin tener en cuenta la utilización política del agua. ¡Mira lo que pasa aquí cuando hablamos de los trasvases! Son temas que ponen en riesgo la vida de muchas personas y que no tienen lugar solamente en tierras lejanas, sino en nuestras proximidades.
¿Desde cuándo se da la espalda a todos estos problemas que, aunque pensemos que no van con nosotros, nos afectan tanto?
Creo que, básicamente, todo empezó con el nacimiento del capitalismo y la Revolución Industrial. Pero se agravó en los años 1970, con la crisis del petróleo. Ahí se ve lo que sucede si la población crece tanto y con semejante nivel de consumo y nace el ecologismo. Los informes de entonces ya eran muy acertados, aunque se negaran desde el poder. Y hoy estamos en una situación sin vuelta atrás.
Habla mucho del papel de las ciudades, de que a veces creemos que los problemas ambientales solo tienen que ver con el campo...
En la ciudad se consumen el 70% de los minerales que se extraen del planeta y el 80% de la energía y es en ellas donde se produce la emisión mayoritaria de gases de efecto invernadero. En el entorno urbano –sobre todo ahora, cuando más de la mitad de la población mundial vive en ciudades– es donde se producen el mayor impacto ambiental y la mayor presión sobre el planeta. Y es aquí donde podemos activar las soluciones, actuando sobre el modelo de transporte o el modelo alimentario. Con las políticas urbanas se pueden reducir el efecto invernadero o la extracción de materiales y energía.
¿Cuáles han sido últimamente las mejores acciones en este terreno?
Hay bastantes ciudades que han iniciado un camino correcto. Otra cosa es que la intensidad de los cambios sea insuficiente. Es decir, tienen que ser mucho más duraderos para que tengan repercusión. Hay algunos casos en Madrid (como la restricción del tráfico en el centro) o Barcelona, pero hay que ver si se destinan suficientes medios o si estas políticas se quedan cortas para lo que necesitamos. La agenda anunciada por lo menos es buena.
En sus escritos relaciona conceptos como el racismo con la ecología... ¿cómo están vinculados?
La crisis ecológica está en el corazón de la crisis económica. Y ésta tiene que ver con la desigualdad. Es imposible desligar aspectos como el desempleo, la vivienda o la exclusión de la crisis ecológica y, por tanto, del deterioro de la naturaleza y del empobrecimiento de las personas. Todo es consecuencia de un modelo de rapiña que ha dado prioridad a la obtención de beneficios y no al bienestar de la gente.
¿Qué pensadores han tenido más repercusión en su pensamiento?
Soy deudora de muchísimas personas. Por supuesto, a nivel internacional están Vandana Shiva o Rachel Carson. Y, más cerca, le tengo mucho que agradecer a Ramón Fernández Durán, que ha sido una persona de referencia para mi.